lunes, enero 30, 2012

¿Y EL INFINITO QUÉ ES?



-Foto: Jorge Isaías.


XXVIII*



Hace poco
cabía
un vendaval
en un vaso
un agosto
en un árbol
un caballo
en un techo.
Hace poco yo
volaba
en un barrilete
desbordaba
corpiños de nubes
simulaba un océano
extraño
mientras mi padre
solitario
por el campo
cazaba.


*De Jorge Isaías jisaias46@yahoo.com.ar








LAS CALANDRIAS DE JUANELE*



*Por Jorge Isaías.


Pasé varios días este verano observando con morosa atención el vuelo nervioso de las calandrias, en mi pueblo.
Descubrí con alegría que no excluía el asombro, cómo una calandria madre enseñaba a volar a sus pichones, cómo los incitaba con su aletear, los instaba a alcanzar unas ramas bajas de ibyrá-pitá, les daba de comer en sus piquitos ávidos, inexpertos, pequeños gusanillos que extraía de la gramilla
recién cortada.
Recordé casi sin quererlo, una mañana lejana, una bella, soleada mañana de abril, en Paraná, frente a la casa de "Juanele" Ortiz, en el Parque Urquiza.
Allí el viejo poeta, el maestro de tantos, me comentó mientras mirábamos volar a las calandrias:
- ¿Usted sabe que estos animalitos reproducen con sus vuelos los ideogramas chinos?-
Yo lo ignoraba en ese entonces y aún hoy no estoy seguro que sea verdad, eso ya no tiene importancia. Pero en ese entonces le creí, como todo lo que me decía con su voz pausada que buscaba las palabras que mejor se adaptaran a la sensibilidad de su interlocutor, como no queriendo ofender, con su delicadeza de viejo criollo siempre atento a que el otro encontrara la profundidad que era muy clara para él.
De todos modos el hombre habría pasado muchos años observando el vuelo libre de los pájaros, mientras el Paraná lento y caudaloso corría encajonado en unas barrancas altas, a sus pies. Por lo tanto, tenía todo el derecho de opinar sobre las calandrias que le recordarían los poemas de sus amados Li Po o Lao Tse. Poetas que en ese tiempo estaba traduciendo ( ayudado por algunos amigos chinos, aclaraba).
Hoy, a casi cuarenta años de aquella opinión tal vez poética, tal vez libre como era todo en él, se me presenta aquella vieja y borrosa imagen en la mente mientras miro estas calandrias que son otras, en el humilde patio de mi casa, en mi pueblo. Y no interesa si aquello fuera cierto, lo que importa es el recuerdo del Maestro que hoy relaciono mientras miro estas calandrias mías, que tal vez no sepan chino.
Sobre todo las mañanas y las tardes que pasé escuchándolo, como en éxtasis, ya que las admiraciones juveniles son como los afectos, de una vez y para siempre.
Mientras miraba entonces estas calandrias vivas (no sé si más vivas que las calandrias aquellas de "Juanele") pensé un momento que en la naturaleza todo está previsto, menos la irrupción del hombre que nunca la respeta.
De todos modos uno puede debajo de estos fresnos admirar el vuelo de los pájaros. Pasarse horas viéndolos volar, espiar cómo esas calandrias persiguen a un par de palomas grandes - a las que aquí llaman "monteras"- pese a la desventaja del tamaño: chillidos, aleteos, plumerío, hasta ponerlas en fuga. Observo mejor y veo que las "monteras" se habían posado inadvertidamente donde las calandrias tienen su nido, en el coposo ceibo que plantó mi madre cuando era apenas un gajito de no más de 30 centímetros de altura y hoy explota en carnosas flores rojas bajo la mano de septiembre y sus ramas gruesas se extienden hacia el cielo.
Justamente en esas ramas robustas y abiertas merodean y se persiguen entre sí los pájaros: corbatitas, horneros, pirinchas. Pero sobre todo la irascible calandria enseñorea su prepotencia y su denuedo. De vez en cuando el carbón lustroso de un tordo cruza pesado bajo el cielo que se detiene a curiosear enero, que lo hace lento como un mar clarísimo de aceite. Entonces ese plumaje bello irrumpe en esa quietud beatífica que las cigarras parten como una fruta madura con su sierra persistente.
Si salgo hacia la calle entonces, y miro hacia el Sur, un cielo increíblemente bajo me espera. Casi parece que puede tocarse con la mano.
Pero es la sensación vacía de ese cielo que no se apoya en ningún árbol el que se deja estar así, lentísimo, mientras aquellos pinos, un poco más lejos -donde estuvo la casa de don Juan Ortali-, (un grupo de pinos
impasibles) dan una fe a medias que allí alguna vez hubo una casa.
Si yo camino hacia allí, siguiendo el "camino del Diablo", tal vez me encuentre un grupo de chicos que vuelven con sus cañas al hombro de una excursión de pesca al cañadón que llaman "El noventa".
En campo abierto vuelan otros pájaros: los chimangos que lo hacen muy alto, porque con su vista poderosa buscan alimento, cigüeñas, bandurrias, sisiríes o crestones en busca de cañadas, alguna lechuza distraída que se posa en un poste de alambrado y mira todo con sus ojos avizores, inmensos ojos donde se
reflejan las breves espigas del trigo.
Y volviendo a las calandrias -a las "mías", las de este verano-, digo que distrajeron mis ojos cansados, repitiendo ese rito materno tan antiguo, aunque tal vez no sean las calandrias que dibujaron los ideogramas chinos que sólo supieron leer el aire y los grises ojos sabios de "Juanele".


*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-7727-2007-03-15.html







"Literatura es entender la maravilla de la existencia"*


Habla el escritor santafesino cuya obra se estudia en las escuelas de su provincia.





*Por CARLOS ALBERTO PARODÍZ MÁRQUEZ. parodizlaunion@gmail.com




La literatura encontró en Jorge Isaias un expositor lúcido, que sale al encuentro del testimonio y funda respuestas que merecen conocerse.
Nacido en Los Quirquinchos (Santa Fe) en el otoño del año 46 de la centuria anterior, en los sesenta se instaló en Rosario para trabajar y estudiar. Se recibió de Licenciado y Profesor de Letras y realizó tareas docentes en Institutos terciarios.
Durante treinta años fue librero y editor. Co-fundó la revista literaria y editorial "La Cachimba" que tiene casi cien libros y diez números editados.
Y, dato clave, es hincha de Rosario Central desde los cuatro años.



- ¿Como llegás a la literatura?


- Como fui un voraz lector desde niño, empecé como todos en mi época: con las revistas de historietas. Luego pasé a los libros de historia, de narrativa y finalmente a la poesía.
Tenía dieciséis años y me había leído todos los libros de las bibliotecas de mi pueblo. En mi casa no había para libros y además si lo hubiera habido, tampoco teníamos librería en mis pagos.


- Tus libros se leen en las escuelas.

- Publiqué 34 libros. Algunos, con varias ediciones, han sido y son texto en las escuelas de mi provincia. El único sitio virtual donde publico es en "Inventiva Social" del amigo Eduardo Coiro.


- ¿Quienes son tus mentores?


- José Pedroni, inspirador de muchas páginas, y Juan Laurentino Ortíz, a quien conocí y traté muchos años y que actuó con mi generación como un hombre generoso que nos dejó una enseñanza y una ética.


- ¿Cómo es tu presente?


-Tengo varios libros para editar este año. Uno de poesía y uno de relatos futbolísticos, y además debo seguir con los tomos de mi poesía completa del que ya salió en 2010 el primero. Parcialmente han ido saliendo trabajos míos en otros idiomas: inglés, francés, italiano, alemán y coreano.


- ¿Qué es y qué significa en tu vida la literatura?


- Creo que la literatura es mucho más que una forma de expresión, es la manera de pararse frente al mundo y a la realidad, es comprender -tratar de comprender- qué es esto del absurdo y la maravilla de la existencia humana."La vida, es lo mejor que conozco", escribió Paco Urondo. La literatura, que duda cabe, me ayuda a vivir y me salva a veces de la angustia.


- ¿Cuál es tu género preferido?


- La poesía por que creo que es el género más difícil, el que compromete más al autor con la verdad o lo que él cree aquello que es la verdad de la vida. (La suya, claro).


*Fuente: La Unión Espectáculos y Cultura 30/01/12
http://www.launion.com.ar/?p=79402









¿Y el infinito qué es?



*Por Jorge Isaías.


Tal vez mi amigo, el poeta Felipe Oteriño, tenga razón y yo esté destinado a escribir "sobre lo que está llamado a perderse y pide, por eso, un lugar".
Lo cierto es que si miro hacia atrás no he hecho más que dar cuenta de un largo catálogo de intrascendencias que tuvieron su minuto fugaz en la tierra y ese minuto me sirvió -si la memoria es atenta- a iluminar un camino como si fuera por toda la eternidad.
Juana Bignozzi ha dicho recientemente que la poesía debe dar cuenta de las cosas que se pierden para siempre.
Yo creo que es así. Porque no hay nada más universal que mirar ese crepúsculo que gatea tras las altas casuarinas oscuras y no vuelve sino en la empinada memoria.
A veces viene a mi memoria aquella cortada que terminaba en la casa de don Juan Peralta y más atrás venía el campo y allí comenzaba a ensancharse el cielo que he perdido, creo, para siempre.
Mi padre me decía que algún día sería una calle y que detrás de la casa de don Juan Peralta abrirían otra calle transversal, esa casa en cuya pieza con piso de tierra nací, según siempre oí contar.
Yo, que en ese tiempo le creía todo, hasta cuando me contaba fábulas inventadas para mí, dudé. Es probable que él hubiera visto algún plano comunal y hablaba con fundamento, pero esa cortada era el Universo para mí.
Porque, lo recuerdo, no era cualquier cortada, era casi campo, donde no era raro ver un caballo con su pájaro en el lomo.
Esa calle truncada empezaba siendo muy ancha, con dos grandes zanjones donde confluían las aguas de varias cuadras a la redonda y en ese proceloso desorden se perdía en el canal de don José Vélez y se iba a morir a los cañadones del campo, en especial el de don Miguel Compañy, que era el más cercano y por lo tanto el más visitado por nosotros para baño, pesca y travesura.
Yendo como quien dice hacia el Sur, a la izquierda estaba la casa de don Angel Pichichello, un calabrés buenísimo y a la derecha la casa de don Clemente Gerlo que tenía tres atracciones especiales: un sótano por el cual se entraba desde el patio, un depósito de frutas y de higos secos y un frondoso frutal apetitoso.
Ambos tenían sus frutales, pero, nunca supe por qué jamás al primero le tocamos una sola naranja y a don Clemente le arrasábamos literalmente durante todo el año las plantas frutales ya que las tenía de todas las estaciones.
Lo hacíamos con crueldad e inocencia y con un poco de maldad también ya que sabíamos que vivían -él y doña Marianna, su esposa- de la magra venta de lo que la quinta -pequeña por otro lado- producía.
En ese espacio más ancho de la cortada donde no terminaba de crecer el pasto jugamos los "picados" más encarnizados "que vieron los tiempos y que quizás no verán los venideros". Con pelotas de trapo, de goma o excepcionalmente de cuero cuando la conseguíamos. Lo único importante era jugar allí, tratando
de remedar las jugadas de los integrantes de nuestro club favorito.
Llegando a 50 metros de la esquina estaba mi casa y, enfrente, la de don Francisco Spina, quien había alambrado diez metros de la cortada, por lo cual el trecho hasta don Juan Peralta y don Cayetano Gallardo que vivían enfrente, era considerablemente más estrecho y sólo una huella de sulky marcaba esa distancia en la gramilla que cubría como una alfombra ora amarilla ora verde, según el tiempo, esa franja donde entraba a saco el fulgor del crepúsculo.
El primer tramo, es decir el más ancho, de la cortada estaba flanqueado por añosos paraísos, salvo un plátano más añoso que don Pichichello había plantado justo frente a la puerta de entrada a su casa y enfrente don Clemente tenía un portón por donde salía con una chirriante y desvencijada
jardinera y su mansa y oscura yegua a quien llamaba Chicha.
A mi casa la describí muchas veces y no lo volveré a hacer aquí, sólo diré que en ese tiempo había un gran ceibo donde yo colgaba mi jaula con pájaros y mi padre una hamaca que había hecho para mi hermano, quien cuando llegó a este mundo yo ya había terminado la primaria.
Ese fue mi mundo durante los primeros doce años, tal vez el mejor de mi vida, como diría Pedroni. Si pienso en la libertad que nos daban el viento, el verano, la complicidad y la absoluta falta de ambiciones que no fueran sino los juegos elegidos al azar de las deliberaciones donde todo se discutía aunque el más grande casi siempre imponía su criterio o su capricho con un autoritarismo indigno para nuestra libertad, como sucede en general con todo autoritarismo.
Lo cierto es que en ese universo acotado que suponíamos eterno fuimos tan felices como lo pueden ser un grupo de niños viviendo en un pueblito colgado del mundo, perdido en una inmensa llanura rodeada de trigales orondamente flameando en el viento y con un espacio que también poblaban mariposas y
pájaros.


*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12 .com.ar/diario/ suplementos/ rosario/14- 6222-2006- 11-17.html









¿Sombras nada más?*



*Por Jorge Isaías.


A veces pienso en mi pueblo, o mejor, en la adolescencia que viví en mi pueblo.
La misma que arrebataba la noche sola, íntima, hacía que los sueños abarcaran, dieran cielo, dolores que expandían su llama sobre uno. Aún el puro resplandor reciente de la infancia brotaba en nosotros.
A veces el desdén -la tontera- de alguna muchacha rompía el encanto, nos ponía extremadamente tristes, derrotados. Casi indigentes, humillados siempre.
Un sábado -como hoy- era la alegría del baile. El abrazo tímido de las muchachas de muslos temblorosos y perfectos. El perfume mareaba, toda la incertidumbre del sexo alborotando la sangre. Haciéndonos saltar ilusos por el aire seco de la noche.
Los sueños eran, como el cielo que esperaba ahí afuera: inabarcable.
¿Y qué era por entonces mi pueblo?
Sesenta manzanas con grandes claros, con casas diseminadas, poca luz, calles de barro seco, largos zanjones donde los sapos y los grillos ofrecían su inocente cantata.
¿Quién rompía el dulzor del cielo enfervorizado de estrellas, quién nos esperaba en una puerta -cara lavada, trenza larga- o en el vano de esa puerta, con su cancel donde empezó a arreciar mi pena para siempre?
A veces pienso en mi pueblo. O en los más tristes recuerdos que tengo de él.
Los temporales lluviosos, el barro de los días ensañados de julio.
Nadie comparte estas cosas conmigo. Los amigos -aquellos amigos-, compinches de sueños, de esperanzas que tenían impregnado el olor de las muchachas, poco tienen que ver hoy conmigo o con ese hombre solitario que soy, con esta pasión por los otoños que se esconden atribulados en un rincón de las pupilas.
Hay un tren pitando entre trigales. Hay una valijita de cartón, un traje azul comprado a crédito, una corbata angosta y clara. Las obras completas de Neruda, primera edición, por Losada y además todos los sueños del mundo en mí.
La ciudad era demasiado grande para toda esta inocencia de uno. Y hay que aprender que nada se regala a los sueños y todo se hurta, que cada astilla que en la oscuridad clava su dolor nos paga con una esporádica chispa de esplendor, de goce pleno.
Como si fuera una virtud el ansia, la infamia que nos cerca, los duros dolores que irán arreciando en la carne, en el andar, en los rostros numerosos, los muchos amigos, otros que no lo eran tanto, afectos varios. Amores.
A veces me pregunto, qué queda de aquél adolescente, salvo esta obsesión por los versos que seguirá arreciando hasta el fin


*Fuente: Rosario/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-11111-2007-11-14.html







La balada de Haroldo Conti*


*Por Jorge Isaías


En los textos de Conti las estaciones predicen el destino de los personajes y lideran las futuras acciones y peripecias de los personajes, influyen en su ánimo, tiñen el valor y espesor de los recuerdos.
Los colores cambiantes van traduciéndose en percepciones para instalar leve y paulatinamente el tono con que el relato se desplaza en un cono de luces que cubren todos los sentidos.
Los diálogos son verosímiles y como en la saga hemingwaiana siempre exponen un mundo interior que subyace detrás de la historia, que va más allá de su laconismo y su economía de recursos expresivos.
La diferencia entre el autor norteamericano a quien admiró la generación de Conti y Conti mismo reside en que el discurso de aquél nunca o casi nunca expone los sentimientos mientras que el escritor argentino con similitud de recursos expone una afectividad nostalgiosa y nunca ríspida, apegada al gran valor otorgado a las cosas y a los seres que se pierden para siempre y que por algún motivo no preciso de la memoria a él se le presentan asociados.
La escritura de Haroldo Conti se nos aparece humilde, morosa y preocupada para retener aquello tan pequeño que a nadie interesa, solo a su letra que no se resigne a dejar morir lo que se va.
De eso, creo, se ocupa la poesía de todos los tiempos porque tal vez Barthes tenga razón y los escritores eternamente estarán tratando de responder a dos preguntas claves.
¿Por qué te amo?
¿Por qué le tengo miedo a la muerte?
No hay ningún tema fuera de esos porque el poder y la gloria no permanecen indiferentes sino implicados en esos enunciados barthesianos.
La morosidad y el amor con que Haroldo Conti trabaja el devenir de las vidas anónimas, marginales y muchas veces miserables de sus personajes, que como en el caso de El Boga, de Sudeste, ni nombre propio tienen.
La morosidad de sus narraciones que el propio Conti eligió para construir un mundo poético lleno de reflexiones donde duda permanentemente sobre el poder representativo de la palabra, conciente que dedica sus afanes a esos "antihéroes" que obviamente no son ni nunca serán ejemplares, presentados
los párrafos con la ironía con que reconoce su propia dificultad y su distancia, su desconfianza de ser tenido en cuenta en ese discurrir de sus historias que como dice el narrador de uno de sus cuentos está contando una historia que no es de él sino de otro, y que además le fue referida y "que no interesan verdaderamente a nadie", como si fuera conciente de la elusión que hace de los grandes temas que instalaron el prestigio de la literatura de todos los tiempos.
Haroldo Conti apostó a una poética, esa visión de lo que falta, de lo que siempre está detrás, este trazo que aparece donde nada existe.
La conjunciones disyuntivas, las frases indirectas, los reflexivos, la progresiva incorporación y la preponderancia de las frases pocas seguras, acentuaron la relación entre el narrador y su materia. Esas frases que ponen en duda la historia que cuenta el propio narrador como si constantemente
estuviera dudando en esas infinitas mediaciones que hacen entrever lo que quiere contar de una historia que conoce de oídas.
Cumple con el consejo borgeano que dice que uno tiene que contar las historias como si no las supiera del todo.
El río funciona en los textos de Conti como una metáfora del tiempo, que no es sino el río que El boga trasiega incansablemente con la excusa de la pesca o la del viejo del cuento "Todos los veranos", donde el narrador-personaje niño relata las vicisitudes de su padre, un pescador que navega las aguas enojosas o calmas del Delta en busca de pesca pero en el fondo lo que busca es el sentido para su vida vagabunda y errática.
El tiempo, gran personaje de la narrativa contiana, tal como aparece a lo largo de toda su obra, sirva como ejemplo esta cita de su cuento "Los novios" de su libro Todos los veranos.
"A Hipólito le gustaba hablar del tiempo, lo mismo que a su padre. En realidad, era todo lo que lo que recordaba del viejo. Allí estaba en su recuerdo hablando las horas enteras en el Círculo Italiano
o en el bar Alsina. La verdad que era un tema inmenso. Se recordaban cosas, se auguraban cosas, y uno se volvía cosa y tiempo también".
Quien recorra con atención (única manera de manera de leer literatura) la obra de Haroldo Conti se encontrará con las recurrentes núcleos de sentidos que va desplegando incesantemente, con frases que hacen de la elipsis una retórica y en el énfasis sobre la ambigüedad semántica su pilar donde funda
una estética. (aclaro que uso aquí la palabra estética en su sentido clásico y no como se usa ahora, para hablar de una moda).
En Sudeste, El Boga es el río, pero también el tiempo, también la conciencia de la indiferencia del hombre frente a los otros hombres donde ni el río que buscó como refugio lo salva.
En esa indolencia, en ese vagabundeo en que El Boga se desplaza buscándose inútilmente a sí mismo si saberlo o intentando intuitivamente un sentido a su propia existencia se involucra sin quererlo, con indolencia, como un héroe de la tragedia griega va a encontrarse con unos contrabandistas y al
final sucede lo predecible: la muerte oscura en un riacho bajo las balas policiales. Como se ve, un final nada épico como corresponde a un personaje contiano.
Tal vez podría decirse sin exagerar que empecinadamente el personaje no busca sino terminar con esa vida de eterno viajero sin sentido para encontrar "su sentido" que no era otro que su propia muerte.
Como tantas vidas oscuras de la vida real ,como tantos otro personajes de la saga contiana.
Que el escritor trató con ternura sin igual, esa ternura que tuvo para con todos los desclasados que pueblan la tierra.
En el cuento "Perfumada noche", del libro La balada del álamo carolina, el narrador pone al lector en situación, cito: "La vida de un hombre es un miserable borrador, un puñadito de tristeza que cabe en una cuántas líneas. Pero a veces, así como hay años enteros de una larga y espesa oscuridad, un minuto de la vida de un hombre es una luz deslumbrante. El señor Pelice tuvo ese minuto y esa luz".
Probablemente podríamos relacionar este párrafo con aquella reiterada aseveración borgeana donde asegura que hay un minuto de la vida de un hombre donde el sabe para siempre quién es.
Probablemente se necesita toda una vida para encontrarse con el propio coraje físico, pero en el cuento de Conti el personaje encuentra la felicidad en un amor platónico donde el platonismo es tan perfecto que el objeto de su amor nunca se entera.
El clímax de su felicidad se produce cuando al pasar por la calle Saavedra, donde vive la señorita Haydée Lombardi y ella lo saluda mientras él el se quita el sombrero panamá en señal de admiración, galantería y respeto.
Pero esa insinuada o imaginada sonrisa de la señorita Lombardi dio sentido y felicidad para siempre al señor Pelice, quien era el más reputado cohetero de la zona y a partir de allí perfeccionó su técnica en honor de la señorita. Desde entonces y durante los años en que la señorita vivió le escribió una carta cotidiana que nunca le hizo llegar, salvo el día en que ella murió, entonces le envió un ardiente y sentido pésame rogándole que lo espere para descansar por toda la eternidad juntos, como no habían estado en
la vida.
"Al señor Pelice le hizo un nudo el corazón y la amó desde ese mismo momento. Jamás cruzaron una palabra pero él desde entonces se quitaba puntualmente el panamá frente a aquella puerta a las seis de la tarde en invierno y a las ocho en verano, y ella inclinaba apenas la cabeza y casi sonreía".
Eso sólo le bastó al señor Pelice para ser el más feliz de los mortales.
Los personajes siempre aparecen y actúan en ese centro de radiación que se constituye en el discurso enunciativo, no como presencia viva sino como sombras difusas y reminiscentes que presentan un aura de extraña y entrañable morosidad donde es imposible no sentir afecto por esos seres desvalidos que en el papel juegan una fantasmagoría de sombras, que a través de esa enunciación termina siendo de una carnalidad vivida y consecuente, inolvidables criaturas que uno como lector no puede dejar de amar y
recordar: El tío Hipólito y la señorita Adela en "Los novios", el señor Pelice y la señorita Lombardi en "Perfumada noche", El boga en "Sudeste", Silvestre y Milo en Alrededor de la jaula, el Oreste de En vida y el otro Oreste de Mascaró y el cazador americano, el chico sin nombre del cuento "Como un león" de Con otra gente, Basilio Argimón en"Ad astra", el inolvidable viejo sin nombre, el pescador del cuento "Todos los veranos" etc. etc.
La textualidad contiana ha participado con creces en la representación de su literatura de aquella premisa de Cesare Pavese: "Narrar es monótono. Y todo auténtico escritor es espléndidamente monótono".
Haroldo Conti, lo es con creces.
En su estudio había colgado un cartel que decía: "Este es mi puesto de combate y de aquí no me muevo. Los chacales que lo secuestraron el 4 de mayo de 1976 no lo leyeron. Estaba escrito en latín y como todos sabemos los chacales no saben latín. Hoy integra la lista de los treinta mil desaparecidos.


*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-5088-2006-08-31.html Cantos de








Pedroni*



*Por Jorge Isaías


El caballero del camino
El de Junín, ha muerto.
Vino a morir en mi provincia.
Atravesó mi pueblo.
Iba tan rápido a su fin,
Que nadie pudo verlo.
La voz de mi saludo? ¡Libertad! ?
Me la quitó con viento. (1)


Esta estrofa para mi desconocida como su autor cuando la leí por primera vez en las páginas de El Gráfico, en mi niñez y en mi pueblo me siguieron durante toda la vida.
Con el tiempo supe que el autor se llamaba José Pedroni y que vivía en Esperanza, en mi provincia. Justamente allí fue a morir aquel corredor de Junín en l956 y yo di por primer vez con un poema sin saber qué era la poesía, como no lo sé hasta hoy.
¿Quién era Eusebio Marcilla? Un corredor a quien los periódicos de la época motejaban "Caballero del camino" porque al parecer cuando algún adversario abandonaba la carrera por un desperfecto mecánico, él se para a ayudarlo, sin importarle ya la competencia. Es bueno recordarlo ahora, cuando el individualismo es un flagelo que parece no querer abandonarnos. Es probable que hoy no se entienda, es probable que se me tome por mentiroso.
Tal vez este no sea de los poemas más conocidos de Pedroni, justamente quiero empezar por él, porque me parece emblemático de lo que nos pasó como sociedad. Ahora que a las modas se las llama "estéticas", livianamente, quiero decir que Pedroni tuvo una estética, pero que enlazó con una ética de la solidaridad y la justicia durante su vida y a través de todos sus libros. En otra parte demostré esa coherencia (2).
Quise empezar con esta estrofa y esta anécdota y con una tragedia, porque la tragedia del olvidado Eusebio Marcilla es la tragedia nuestra.
Uno puede imaginarse al corredor con las "muertas mariposas en el pecho", uno puede imaginárselo con ese bigotito fino que se usaba entonces, con su mameluco ensangrentado, con su cabeza rota, porque en aquellos años en las llamadas "turismo de carretera" no se usaban cascos ni en ninguna otra competencia automovilística.
Quise empezar por aquí, aunque pude empezar por "Nacimiento de Esperanza", con "Nguyen Van Troi" (el fusilado de Vietnam), o con "Los muebles de viejo Stura" (el chacarero a quien los patrones arrojan sus pertenencias al camino y la gente del pueblo se los restituye), o "Las malvinas", o "La bicicleta con alas".
En fin, que pude empezar con otros de los tantos de los numerosos poemas de Pedroni muy celebrados.
Pero elegí este poema porque es un homenaje a mi generación, que al menos creyó en una justicia más justa, valga la redundancia pero es lo que como sociedad nos debemos.
Una de las razones para quedar firme en la memoria de los demás una de las virtudes inexplicables de aquello que llamamos "clásico", es el no proponérselo. Es decir, escribir con un cierto "abandono necesario", una "vigilia lúcida" como quería el entrerriano universal que se llamó Juan Laurentino Ortiz.
La obra de Pedroni participa "de la peripecia del pueblo", como él gustaba referirse, porque de lo que sí era consciente es que la gente toma lo que le sirve y que escribir para sí sólo es el pero de los negocios y que escribir deliberadamente para la Humanidad es inútil, ya que nosotros no escribimos en una lengua neutra, sino con aquella que lleva implícita la modulación de nuestros paisanos.
Una vez leí unos consejos que el gran Juan Rulfo ensayó con nuestro Héctor Tizón: "El único que habla todos los idiomas y en todos lo hace mal es el Papa. Tú tienes que escuchar la voz de tus paisanos y escribir para ellos". Eso hizo José Pedroni. Y sus paisanos fueron primero los descendientes de los inmigrantes que en 1955 fue a buscar a Suiza, Aarón Castellanos, luego fueron también los hombres que hicieron de la actividad productiva y de la libertad una forma de vida orgullosa. Si bien, alguna vez se sintió culpable por no haber dedicado más páginas al indio y al gaucho, habitantes primitivos de estas tierras que los hombres de ojos claros ayudaron a olvidar. Pero para ello le faltó tiempo, porque en plena madurez creativa nos dejó y dejó también librada a la orfandad de su poesía ya cerrada para siempre todas nuestras expectativas frente a ella.
Una de las preguntas que no dejó de formularme es qué sería de su poesía en las tribulaciones del tercer milenio si él siguiera escribiendo. Ya que toda su poética participa de una utopía que sigue a la espera, es decir que no se cumplió. Como aquel verso que dice: "Es el año dos mil. Ya la tierra es de todos". Tal vez su mayor virtud haya sido esa inclaudicable ética que formuló como ejemplaridad de justicia y paz. El delicado equilibrio entrevisto en los trasegados volúmenes editados por Jackson de cinco tomos que era su lectura predilecta y que vi en el Museo de Gálvez. Esa antigua Biblia encuadernada en colore muy claros, seguramente favorita de sus emociones nunca exaltadas.
Otra de las cuestiones a tener en cuenta al releer su obra, tratando de evitar la emoción, de ser en lo posible reflexivos, vemos con estupor renovado que sus libros lejos de envejecer se renuevan con las lecturas sucesivas. Como si el humilde entramado en la que fueron concebidos tuviera la rara facilidad del misterio, eso que hace que un poeta se torna indispensable, en necesario antes que pensarlo en una grandeza que no le cabe. Cuando escribo "grandeza" no lo hago desde la valorización hacia los renovadores formales de la poesía, algo que evidentemente Pedroni no fue, pero cierta crítica hace pasar el canon por las vanguardias, cosa que no comparto para nada, por supuesto. Porque se queda lo más rico de nuestra literatura afuera. Esa "crítica" que elude muchas veces la verdadera carnadura de los versos y ciegamente ignora el estremecimiento, el color, la música de su palabra sino que apenas ve su arquitectura formal sin sorpresas. Ese vanguardismo que no tolera al permanencia en la memoria "de mis paisanos", como quería el gran José Hernández.
La poesía de Pedroni nos provee siempre un lugar de afecto, de la calidez del hogar donde podremos poner sus libros sobre la humilde mesa de la cocina, no sin secar antes un poco "del vino derramado" sobre el mantel trasegado de manos infantiles, de pringosidades domésticas, del calor que aún permanece luego de retirar la sopera que dio de yantar a toda la familia.
Leer a Pedroni a mí siempre me hace prefigurar un imaginario: el hule ordinario que mi madre retiraba para amasar sus pastas italianas los jueves y domingos. Mantel de hule con la luz que se filtra por la ventana mientras los pájaros vuelan bajo allá afuera oteando alguna miguita en el patio de tierra.
Así me veo a mí mismo leyendo los poemas de Pedroni cuando leo a Pedroni.
En la certeza de estar ante una obra que está adicionada a nuestra cultura, sostenida por los tratos menos espurios posibles con el uso de nuestra lengua materna, con la curiosidad de un niño que cada vez que abre un libro suyo lo hace con la convicción que hallará una vez más el matiz en una línea que se nos había pasado en la lectura anterior y en todas las lecturas anteriores durante los últimos treinta años. Ese matiz que nos llama con su lucesita curiosa para que no lo dejemos pasar, para que lo incorporemos a nuestra sangre como un chasquido de pasión diminuta, como una bocanada de aire fresco, "como una horquillada de alfalfa fresca con sus mariposas", como alguna vez le dijo el propio Pedroni en una carta al poeta Carlos Carlino, también cantor de la inmigración y de las albricias de mi querida provincia de Santa Fe (3).

1) José Pedroni. Cantos del hombre, Castellví, Santa Fe, 1960.
2) José Pedroni. Papeles inéditos. Cartas. Discursos. Entrevistas, Ediciones culturales santafesinas.(l996) Selección, prólogo y notas de Jorge Isaías.
3) Op cit.



*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-4492-2006-07-20.html









RUTINA*


*Por Jorge Isaías


Es como una trama lejana, casi evanescente contra la memoria que se vuelve, empecinada como una gelatina que no se puede uno, por más que quiera, despegar.
Primero es un cielo: alto, casi límpido, solo habitado por un grupo no muy grande de nubes grisáceas, que a esa hora prima de la mañana tienen como una cresta rosada por la acción de los rayos del sol que sobre ellos asoma.
Después están los árboles. Coposos, como emergiendo de un sueño profundo, con sus hojas verdísimas, con una luminosidad sobre ella que no es otra cosa que fruto del rocío nocturno. Esas minúsculas gotitas, que al conjuro de la leve claridad solar irán desapareciendo de forma imperceptible, y que dentro de muy breves minutos habrán de desaparecer sin dejar rastros, como si nunca hubieran existido.
Y por último, los pájaros. Mejor dicho su impreciso y multitudinario gorjeo en principio, y luego, sí, el vuelo espontáneo desde las copas donde han dormido toda la noche, arrebujados entre sí, dándose el calor unos a otros, con sus cuerpecitos pequeños y temblorosos.
Es la señal para que el mundo comience de una vez a andar.
Durante la noche, un largo y lento tren carguero cruzó, hondo, interminables las casas aletargadas del pueblo y las golpeó con un angustioso pitar ronco que dejó flotando unos minutos, al principio, una zozobra desconocida y que al ser luego familiar a los pocos oídos que la oyeron entre sueños, multiplicó el placer entre sábanas oliendo a azahares, naftalina y a misterio.
Al alba casi, cuando una luz indeterminada no se decide despegarse de las sombras de la noche, el grito agudo de una gallo cruza como un látigo el silencio y prontamente es respondido por un canto aislado primero y luego por un concierto díscolo que asordina todo el aire y al que responden pronto y parsimoniosamente una jauría dispersa de perros, no se sabe bien si vagabundos.
En las casas se comienzan a encender las luces primeras, se oyen algunos motores y en las ventanas con sus primeras luces tímidas, tintinean las pavas de acero inoxidable donde se calienta el agua para el primer mate de la mañana.
Algunas chatas, con las luces bajas, enfilarán por las últimas calles buscando los caminos rurales, algún callejón que tiene plantas de retamas orillando los zanjones hondos y se irán metiendo lentamente en ese mundo de trabajo donde el cereal espera porque es tiempo de cosecha.
Los gallos, los perros, las camionetas y las chatas irán haciendo punta para que el pueblo entero -como una malla que estuvo mucho tiempo quieta- se ponga en movimiento. Pronto los negocios irán abriendo sus puertas, lentamente de uno en uno sus persianas y, sus dueños, con los ojos aún maltratados por el sueño desde donde emergen, se irán preparando para la jornada que ya se inicia, o mejor, que está por iniciarse, cuando ingrese el primer cliente de la mañana, algún madrugador que seguro será un chacarero listo hacia el trabajo o alguna vieja jubilada harta del insomnio y del mate que tuvo que abandonar porque se le lavó la yerba. Ésta será la razón cuando salga y no la magra compra casi innecesaria que hará hasta por un motivo de trueque social, de charla, de chimento mañanero que dará sentido a su vida por un día más sobre la Tierra.
El pequeño pueblo se ha ido poniendo paulatinamente en movimiento, con sus pequeñas historias casi intrascendentes, con sus vidas siempre iguales donde su rutinario accionar cabe exactamente en los límites de sus calles como si ellas formaran un pañuelo y sus preocupaciones y sus sueños, que tal vez no
quepan en el mundo.
Todo este modesto movimiento que pronto insumirá todos los avatares de la pequeña comunidad no tendrían sentido, tal vez, si no se viera por sus calles el andar despreocupado del loco del pueblo, que irá bordando todo el entramado deshilado con su megáfono infaltable, promocionando la actividad
artística del fin de semana en alguno de los tres clubes donde se definen las parcialidades locales en lo futbolístico, pero en lo social se rotan para no quitarse público.
A esa actividad social irán a recrearse las almitas soñadoras de las niñas que leen novelones tras las persianas bajas o miran las telenovelas brumosas y absurdas con que la televisión las bombardea sin cesar. Ellas, recluidas entre los sueños y las tortas de naranjas que amasarán amorosamente para
comer entre amigas mientras ronda el mate dulce, o, entretenidas con las frituras de una parva de pastelitos dulces para la kermese de la escuela o la rifa mensual de la parroquia, ya que como todos saben, el señor cura siempre necesita comprar velas porque las almas de tantos penitentes están
bajo su entera responsabilidad y es por eso que, furiosamente toca la campana llamando a misa, justo en este momento en que yo termino de atar estas palabras y miro hacia el cielo donde un blando casal de tacuaritas busca posarse en las ramas del orondo ibyrá pitá que se mece bajo la brisa terca del Otoño, este Otoño que ya se llevó todas las hojas de los otros árboles que le hacen compañía.

*Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-2637-2006-03-16.htm








La lluvia como una pluma leve*




*Por Jorge Isaías



La lluvia era tan tenue que recién tuve noticia de ella cuando pasé a la cocina que tiene techo de chapa y entonces pude percibir sus piecesitos húmedos garabateando alegremente sobre el lomo antiguo del óxido.
Espié primero, como lo hago siempre desde ese ventiluz cercano a la llama de la cocina donde la pava se va poniendo a tono para merecer luego ser volcada sobre la yerba del mate y la bombilla solitaria.
El espectáculo ?pese a la mezquindad del ángulo desde donde observaba? era impagable.
Estaba el césped que recibía las gotitas, ávido, luego de meses sin lluvia y más allá el magnífico pino de don Luis Carriedo era bendecido por las gotas no tan generosas, pero al fin de cuentas, bienvenidas. El pino recibía orondo esas gotas, luego de noches y noches de amagues de tormenta y de ver pasar los nubarrones trágicos sin ninguna consecuencia.
Por lo tanto esa presencia nada austera del pino recibía el agua como un rey al que se unge con los aceites más divinos, con la naturalidad y la lejanía que sólo tienen los seres inmarcesibles que descienden de los dioses.
La visión no era plena porque estaba cercenada en parte por ese gran galpón donde el hijo de don Luis guarda sus cajones de colmenares vacíos.
Ese espectáculo al que pocas veces puedo aspirar por simples razones estadísticas: vengo pocas veces al año por el pueblo y encima tengo necesariamente que acertar con una lluvia, pero cuando se da la casualidad la disfruto. Me pone pleno, muy contento, me viene como una euforia atávica, mezclada tal vez con recuerdos de la remota infancia cuando la veo a la lluvia saltar sobre la gramilla extendida, perderse en esos tallitos ávidos y silenciosos.
De todos modos, esta lluvia tan humilde no viene nada mal al campo, me dicen. Las pasturas se extinguen peligrosamente, las vacas no producen leche, las cosechas están con riesgo de perderse.
Las razones de mi interés por la lluvia son mucho más modestas y menos crematísticas.
Simplemente me encanta verla caer, así, blandamente como hoy. Sin otra consecuencia que por el simple placer de verla y sentir el olor a tierra mojada, a todo verde que renace con sus gotas.
Mientras voy sorbiendo el agua de la bombilla caliente, me aproximo a la ventana y desde allí tengo a mi disposición un ángulo mucho más amplio? está, en principio, la calle. Sola a esa hora del amanecer, ya que la lluvia no es trasgredida ni por los pocos perros vagabundos que a esa hora merodean en busca de algún hueso que le tira algún humanitario que nunca falta.
Miro entonces hacia los árboles de la vereda que reciben gozosos esa lluvia tantos meses esperada y hasta me parece ver en esas hojitas el mismo regocijo que yo percibo en mí, algo como de alegría contenida y un poco recóndita, que seguro tiene como todo ser vivo.
Me quedé mirando un rato largo el caer un poco lánguido aunque parejo de la lluvia. Una chata pasó, lenta, con sus faros encendidos, en el claroscuro del alba y atravesó la calle desierta.
Después caminé hasta el comedor y levanté la persiana del amplio ventanal desde donde se puede ver dónde termina la calle y cómo ésta se hunde en el campo transformándose con sólo cruzar la ruta, en camino rural.
En realidad la vista es parcial, porque un populoso arbusto que crece inmanejable se cae casi sobre el ventanal, pero no obstante ello, queda un espacio más que suficiente para mirar con ganas hacia el sur donde la ruta peligrosa y veloz arrulla el sueño o lo interrumpe con sus bocinazos que parten el silencio con sus estridencias histéricas.
Todavía no he abierto una puerta ni ninguna ventana, pero es seguro que la fauna acuática de las cañadas cercanas estará inconmovible. Sólo se pone eufórica cuando los chaparrones son generosos y el agua desborda los márgenes que los juncos en forma irregular delinean.
Tal vez en su particular evaluación de la lluvia que se nos escapa a los humanos, no se sienta motivada para tentar una gran alharaca, cuando la lluvia es tan fina que apenas moja como una pluma leve a su paso como una delicadeza femenina de hada que nos quiere acariciar.


*Fuente: Rosario-12. http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/13-1193-2005-12-01.html




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domingo, enero 29, 2012

TODO VIAJE ES LARGO CUANDO ES EN SOLEDAD...



*Dibujo: Ray Respall Rojas.
-La Habana. Cuba.




UNIÓN DE SOLEDADES.*


El trayecto era el mismo de todos los días, pero no un día igual a todos, ¡Era domingo!
El pueblo recostaba su desgano sobre el asfalto, las ventanas de las casas estaban cerradas, nadie osaba interrumpir el silencio.
Sobre las veredas abandonaban su inutilidad botellas de vino vacías y otros deshechos dejados por jóvenes que volvían de juerga a la madrugada.
Caminar en medio de ese oasis distendía los nervios.
Un perro callejero se me acercó.
- También tú estás solo, - le dije.
Fijó en mí su mirada perdida, movió su cola como agradeciendo el contacto de mi palabra. En ese momento creo que se sintió vivo, ya no estaba solo.
Yo tampoco.



*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar











LIGEROS*



Como ligeros roces de mariposas
Como el tenue rayo de sol que apenas toca,
Palabras y acciones pasan volando
Sin ecos, sin huellas, sobre desérticas arenas
Ególatras
Y las almas rotas por doquier
Derraman granos de tristeza.

Expectativas enterradas en las dunas:

Inútil trascender un espejismo
Inútil vencer la indiferencia.


*De Ruth Ana López Calderón. anilopez20032000@yahoo.es






El cisne desplumado*


El cisne desplumado
Fue cuidado por otro chiquito
Que le dio de beber
Unos brebajes en un frasquito
De repente se irguió imponente
Desparramó sus plumas
De color azul
y voló por los aires independiente
se fue de viaje por las corrientes
y desde el cielo miró a su amiga
que la seguía con su mirada elogiosamente
el cisne es un ave de danzas presumidas
en las que suele jugar a las escondidas
es simpático e inteligente
y cuando sueña se libera de su pollera
se le ve su calzón anticuado
que con esfuerzo con su pico
tira y tira para que no le quede arrugado.-


*De Azul. azulaki@hotmail.com
28/1/12 Para Alicia.










El nombre de mi hija*


El nombre es una forma de la belleza , tiene pliegues que esconden. Una selva sedosa, el silbido del viento, los animales, los paisajes no domesticados, El abrupto caer de las flores hacia el mar del paisaje italiano. El nombre, un acuerdo pleno de la memoria que lo forma. Una vida verde. Floreciente de esperas. Surgió pronto, sin dudas y el 27 de noviembre apareció Silvana y fue llamada con esa sonoridad de música que la estaba esperando


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com










El LEMA*



La vida había transcurrido muy deprisa y los tiempos en que estaba el grupo completo eran sólo recuerdos. Uno a uno fueron quedándose en el camino y él, era el último.

Estaba sentado a la mesa, delante de los quince espárragos silvestres que había conseguido encontrar.
...
Hoy el viejo lema cobraba sentido. Tomó el plato del centro de la mesa y acercándoselo murmuró: "Todos para uno..."



*De Joan Mateu. joan@cimat.es








*


El vapor de sus labios embriagados de vergüenza
Hacían de su tez un envoltorio ríspido
Huidizo de las miradas ajenas
El creía, por su inseguridad,
Que todos miraban sus vicios,
Sus debilidades, su impronta de imperfección
Inhalando el humo vaporizador e inspirante
De los que sufren la carga de la perfección
Y los mandatos ancestrales
Como un delincuente furtivo
Escondido en las tinieblas
Del que dirán, los jueces de túnicas
Anticuadas y pelucas payasescas
Hurgaban en su interior
Trepanando en sus oídos
El ser respetuoso de las normas
De los decires y del conformismo.
Era, de a ratos, un personaje autentico,
Sin modelos concebidos y un insulto a la mediocridad.
No era siempre así, solamente cuando
Podía romper las barreras de la costumbre.-


*De Azul azulaki@hotmail.com









Cartita*


Era el día de la adversidad. De la percepción de un fracaso crónico.

Como otras veces el hombre busca un antídoto.

Recuerda el final de la cartita de su hija: "yo sé que vos haces lo que podes. Te quiero mucho".
Respira hondo.

Sonrie al sol.

Sigue adelante.


*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com











Estos ‘panchólares’ sí valen*




Los habitantes del municipio de Espinal, un pequeño pueblo de la sierra veracruzana, están utilizando el Túmin, una moneda que se inventaron y que se basa en el sistema de trueque. Sus billetes salieron en noviembre de 2010 y ahora el Banco de México los acusa de rebeldía monetaria mientras que la Procuraduría ya investiga a estos osados que se atrevieron a desafiar al peso



*Laura Castellanos
SPINAL, Veracruz | domingo, 22 de enero de 2012




“Aquí se recibe Túmin”, anuncia un letrero pegado a una computadora de un cibercafé de este pequeño pueblo de la sierra del Totonacapan, cuatro horas al norte de Xalapa y cuatro horas al sur de la franja limítrofe con Tamaulipas, donde el narcotráfico dejó cadáveres decapitados y baleó autobuses de pasajeros la Navidad pasada.

La dueña de Ciber Castell, Irene Fidencia Castellanos, es una maestra jubilada de mirada dulce y temperamento decidido. Ella presume el letrero que promueve los “túmin”, palabra totonaca que significa dinero. Son los vales usados en el sistema local de trueque de bienes y servicios que tiene ansioso al gobierno federal, ya que considera que el pueblo incurre en rebeldía monetaria. Su cabello recogido y la blusa blanca con flores amarillas le dan un aire fresco, animoso. Pero sus ojos resplandecen cuando ejemplifica el funcionamiento del túmin: ella recibió de una niña el pago del servicio de internet por una hora. En cualquier lugar el costo sería de diez pesos. Aquí la niña paga ocho y entregó dos túmin con la imagen de Emiliano Zapata. Cada uno equivale a un peso. A la niña le dio los túmin su mamá, que es la dentista del pueblo, porque algún paciente le pagó una parte proporcional de su servicio con ellos. La maestra a su vez los usará para completar su compra de leche, carne, huevos o tortillas.
“Es magnífico”, opina la maestra del proyecto de mercado alternativo en el que participa desde hace un año y que incluye un centenar de comerciantes y prestadores de servicios. Dice que le alcanza más el dinero, se promueven productos regionales, sus relaciones con otros socios son cada vez más cercanas, se estimula la microproducción y su municipio, sumido en el olvido y la pobreza, gana identidad y visibilidad. Todo por el túmin.
—¿Se siente orgullosa de ser tumista? —ella inventó el término para los asociados, la mayoría mujeres.
—Sí, claro que sí, estoy orgullosa de ser tumista.
Y cómo no va a estarlo, si el proyecto que echó a andar un grupo de maestros de la Universidad Veracruzana Intercultural (UVI) comienza a extenderse al municipio vecino de Papantla, ya despertó el interés de otros municipios y de comunidades en polos distantes del país, y llamó la atención de la prensa nacional e internacional. También del Banco de México (Banxico), la institución reguladora de la política monetaria en el país. Esos papelitos de apariencia inofensiva, de ocho centímetros de largo por cuatro centímetros de ancho, con denominaciones de 1, 5, 10 y 20 túmin son de naturaleza explosiva. Están diseñados de forma artesanal, con la obra de pintores mexicanos, en cuyo frente se lee: “Mercado alternativo y economía solidaria”, y en el dorso: “Sembremos justicia y el fruto será paz”, con el sello y nombre de sus promotores: Juan Castro Soto, presidente, Álvaro López Lobato, secretario, y Blanca Xanath García Cruz, tesorera. A un año de estar en circulación provocaron un cisma en Banxico, que pidió la intervención de la Procuraduría General de la República (PGR) para abrir una investigación contra ellos: consideran que es un fraude sustituir al peso. Domingo buscó una entrevista con Banxico pero la institución no la otorgó.
La maestra Irene rechaza la postura de Banxico y dice que por sí mismo el papelito no tiene relevancia, sino lo que mueve en las conciencias y la cotidianidad de sus usuarios. “No es una moneda, es un vale, somos nosotros quienes le damos el valor”. Cuenta que ella le dio “gracias a Dios” cuando el proyecto del túmin echó a andar en noviembre de 2010. Arrancó como un gesto de desobediencia popular en el contexto del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución Mexicana, ante las políticas económicas decididas desde el poder. “Ahora sí nos va alcanzar nuestro dinero”, recuerda que decían los socios fundadores. Su mecanismo es sencillo: únicamente la red de comerciantes y prestadores de servicios que voluntariamente se suman son provistos de 500 túmin que circulan entre sí. Cada quién establece la parte proporcional de pesos y túmin a recibir a partir del 10 por ciento de la cantidad total a pagar. De esta manera, por ejemplo, si la maestra quiere comprar un kilo de carne a otro tumista, en vez de pagar 70 pesos paga 50 pesos y 20 túmin. A ella le sale más barata esta carne, por lo que no la comprará en un supermercado de las ciudades cercanas de Papantla o Poza Rica. El carnicero a su vez usará esos 20 túmin en otro bien o servicio tumista. Así se diversifica y fortalece el mercado espinalense para bien de la población general.

La maestra reprocha que el gobierno federal no vea las bondades del túmin. Pero su rostro no pierde la serenidad cuando narra cómo en la primavera pasada, a cuatro meses de haber iniciado el proyecto, un desconocido tocó a la puerta del Ciber Castell.
El hombre se identificó como agente de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) de la PGR e indagaba sobre el sistema del multitrueque. Ella dice que no se amedrentó por su presencia. “Como todo ser humano merecía ser atendido y le ofrecí un café”, narra con un dejo de ternura. “Decía mi madre que una gota de miel hace más que una gota de hiel”. Entre sorbo y sorbo de café, el agente le preguntó a la maestra del presunto uso fraudulento del túmin, su convencimiento para utilizarlo, su circulación, su futuro. Dice que le respondió tranquilamente a todo.

—¿Por qué usan el túmin? —le preguntó el agente, muy instalado en el comedor.

—Porque simple y sencillamente nuestra moneda ha subido tanto que no nos alcanza. No queremos defraudar ni nada. Es muy bueno que la Procuraduría venga aquí, pues eso me hace sentir que mi túmin es grande, que vale la pena, y es la piedrita que la PGR siempre va a traer en el zapato porque no se la va a quitar.

—¿Le da larga vida al túmin?

—Sí, porque nosotros tenemos la conciencia de que funciona y ya hay personas de Coyutla, Tabladero, Mizantla, de la región, que quiere conocer su funcionamiento.

La maestra cuenta que el agente se marchó. Sólo él sabe qué reporte entregó. Ella siguió usando el túmin. También la tortillera, el pastelero, el farmacéutico, la verdulera, la vendedora de pollo, el carnicero, la abarrotera, el panadero, el herrero, la vendedora de tacos de comida, la dentista, la estilista... En este pueblo fundado por piratas se consolida el intercambio monetario más revolucionario en México, en plena debacle de la macroeconomía global.

El papelito que mueve conciencias

Espinal debe su nombre a los árboles de espino blanco que abundaron alguna época en la cabecera y el municipio con el mismo nombre. Ahora son escasos en el paisaje. La cabecera municipal tiene poco más de dos mil 500 habitantes. El municipio rebasa los 24 mil habitantes, cerca de la mitad son indígenas totonacas. Espinal es un municipio pobre en el que la mitad de su población carece de agua potable y drenaje. La cabecera se erigió a orillas del río Tecolutla que desemboca en el Golfo de México. Se dice que al pueblo lo fundó un pirata de nombre Lorencillo, que luego de hacer sus fechorías en el Golfo navegaba río adentro y se ocultaba en esta región de verdes intensos, cálida y húmeda, con lluvias abundantes en verano.
Unos dicen que Lorencillo era flamenco, otros que mulato, que francés, que holandés. Lo describen como alto o chaparro, solidario o desalmado. El caso es que el tal Lorencillo está en el escudo de Espinal pintado al interior del palacio municipal. El diseño lo hizo un maestro de secundaria con elementos significativos de la región: los espinos blancos, Lorencillo con un parche en un ojo y el otro de un azul color alberca, el maíz y cítricos cultivados en la zona, y los voladores de Papantla, recientemente reconocidos como Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad por parte de la Unesco. Los voladores están en el escudo del municipio porque aquí dicen que no son originarios de Papantla, sino de Espinal.
Del túmin, eso sí, nadie cuestiona su origen espinalense. Basta con que uno camine el pequeño centro del pueblo para constatar que la gran mayoría de los comercios son tumistas: 115 asociados conforman la red, un centenar de Espinal y el resto de Papantla. Cuentan con un pequeño local/oficina a unos pasos de la presidencia municipal. Ahí se exhiben productos hechos por algunos asociados: mermeladas caseras, galletas, joyería artesanal, ropa bordada, palanquetas de granola, tinturas medicinales y artículos diversos de tiendas de los alrededores, casi la generalidad de origen nacional.También ahí se realizan las asambleas bimestrales para evaluar logros y circular su modesta publicación Kogsni, palabra totonaca que significa El Volador, que hace la Red Unidos por los Derechos Humanos (RUDH).

El fotógrafo Jorge Serratos, el videoreportero Alberto Torres y yo hicimos un recorrido por el pueblo. Cada tumista tiene su propia visión de las ventajas de ser asociado. Matiana Lorenzo, la señora de cabellera muy negra que vende verduras en la plaza del pueblo, a unos pasos de la iglesia de San José, dice que ella lo recibe porque otros productos le salen más baratos: “Al comprar medicina, que da uno diez pesos de túmin si cuesta sesenta, y diez pesos se ahorra uno”. Al cruzar la plaza se llega al consultorio dental donde la cirujana dentista Ana Bertha Escalante tiene su cartel “Aquí se recibe túmin”.

Ella lo ve como la alternativa local para “enfrentar la recesión económica mundial” y también como medio de integración comunitaria, pues observa que las barreras sociales entre socios se derrumban. Así le pasa en su relación con la costurera del pueblo. “Antes me veía así como: ‘ay, la doctora, buenos días, buenas tardes’, pero ahora en alguna reunión de socios nos sentamos juntas e interaccionamos como parte del mismo proyecto económico”. En el caso del indígena agrónomo Luis García Santiago, su negocio de yougurt casero crece porque redujo costos en los insumos para hacerlo: “Antes vendía 15 vasos de yougur diarios, y ahora vendo más de 40 y eso es muy bueno”.

Eso no quiere decir que no haya detractores del túmin. Algunas personas lo ven como un juego infantil sin sentido. “Dicen que es como jugar con panchólares”, se queja la maestra Irene Fidencia Castellanos, “y es que hace falta el amor y la conciencia de lo que es un proyecto tumista”. Otros simplemente no entienden que el túmin rompe con la idea económica dominante de que el dinero debe acumularse como signo de poder en vez de circular para el bien común. El doctor Juan José Escalante, de la farmacia El Carmen, opina que esa es la principal barrera para quienes no lo admiten: “piensan que es dinero que se les queda ahí, que ellos pierden, no les cabe en la cabeza que lo pueden reutilizar”. Está en lo cierto.
En nuestra gira espinalense hicimos un alto en la oficina del presidente municipal, Salvador Lammoglia, militante del Partido Acción Nacional (PAN). En su oficina está la foto de Felipe Calderón. Debajo de ésta, una imagen de bulto de San Judas Tadeo. El descendiente de emigrantes italianos luce como un ranchero acomodado: sombrero de palma, vestimenta impecable, botines lustrosos. Si bien él ve al túmin como un factor de identidad y promoción del municipio de Espinal, tiene sus reservas para usarlo. Su familia es productora de queso y se le invitó a sumarse a la red. El político tiene sus dudas, y las dice con franqueza: “Si yo me lleno de túmin, esos cinco pesos que yo le doy más barato a la señora, ¿quién me los va a reembolsar?”, me pregunta. Le expreso que según sus promotores el fin no es acumular los vales sino usarlos como herramienta de intercambio de bienes y servicios para estimular el mercado municipal. Insiste: “Es que hay cosas que no me quedan muy claras: si yo junto o almaceno tantos túmin a mí ese dinero quién me lo… a menos que lo siga comercializando nada más, porque nunca voy a ver en sí mi dinero”. No hay manera.
Tumistas contra el capitalismo
La Casa del Túmin es en realidad una habitación independiente de la vivienda de la casera. La señora les acepta una parte del pago de la renta con vales. La oficina es color palo de rosa. Una pared hecha con tablones de madera sirve de división. A través de ésta se cuela el sonido del juego y llanto de sus chiquillos. Pero Juan Castro, el creador del túmin y presidente de la red, no pierde la calma. A sus cincuenta años las canas ganan terreno. Tiene pinta monacal de franciscano. Es austero, callado, analítico. “Parece que Juanito hizo votos de pobreza”, me dijo de una tarde su compañero Álvaro López Lobato, el secretario del proyecto. De hecho el hombre de semblante apacible y sonrisa fácil, nacido en Tampico, se formó en el activismo jesuita cuando estudió Ciencias de la Comunidad en el Tec de Monterrey, campus Monterrey.
—¿Nunca has hecho algo extravagante en tu vida? —le pregunto con curiosidad genuina.
—Pues el túmin.
Su presencia sosegada encubre un activismo radical y tozudo. Con la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994 Juan Castro se hizo militante zapatista y desde entonces asumió como suya la lucha por los derechos indígenas y por un mundo más equitativo. Por años estudió otras experiencias de monedas alternativas en el mundo, como el “Ithaca Hours”, en Nueva York; “Lets”, en Canadá; “Lionza”, en Venezuela; “Eco”, en España; “Libra Brixton”, en Inglaterra; “Cheimgauer”, en Alemania, usados no tanto por necesidades económicas sino como herramientas políticas de lucha contra el sistema capitalista. En México está el “Tláloc” y “Trueke”, en el Distrito Federal; “Mezquite”, en Dolores, Guanajuato; y “Cajeme”, en Sonora, que funcionan especialmente en ferias donde se ofertan productos alternativos. Pero Espinal necesitaba una propuesta permanente que atenuara la crisis económica. “Ahí estaba la naranja, la verdura, la carne echándose a perder porque no teníamos el medio para adquirirlo, que era el dinero”. Así nació el túmin: “La gasolina para hacer que las cosas circularan y pudiéramos consumirlas”.
Como maestro de la UVI Totonacapan, la universidad pública de la región con enfoque multicultural, el tampiqueño concretó el arranque del proyecto como una propuesta de maestros y estudiantes egresados. Al equipo impulsor le tomó meses socializarlo entre los asociados potenciales. Se decidió que sólo fuera entre comerciantes y prestadores de servicios para incentivar directamente la producción y oferta de mercado. De esta manera, también amas de casa, estudiantes o desempleados se verían motivados a crear microempresas de elaboración de tejidos, mermeladas, shampoos, jabones, miel, yougurt.
Entre los socios potenciales se consultó de igual manera cuáles a su entender deberían ser sus derechos y obligaciones. Pero el equipo convocante estableció una premisa fundamental: “Al entrar al túmin todos dejaban de ser clientes para convertirse en compañeros”. La idea central era que la gente tomara conciencia de su relación con el dinero y cómo desde el poder se crea competencia y desigualdad. En contraste, “nosotros podíamos diseñar una economía basada en la solidaridad, donde no hay intereses ni fraudes, ni nadie busca acumular la riqueza”. Fue decisión de todos los socios que el proyecto fuera gratuito, cada uno entrara y saliera con libertad y estableciera su propia cuota de túmin, partiendo del 10 por ciento de la cantidad total a pagar.
El túmin nació en noviembre de 2010, conmemoración del centenario de la Revolución Mexicana, con medio centenar de participantes. La noticia circuló en medios locales y nacionales. Su difusión en el programa Primero Noticias conducido por Carlos Loret de Mola en Televisa llamó la atención de Banxico. Al aire, el periodista advirtió a la institución de una posible sustitución monetaria del peso. Las reacciones afloraron. El presidente de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (Canacintra) en Xalapa, Miguel Aguilar Morales, declaró al diario Imagen del golfo que el túmin es un “capricho local” que generaría inflación y estancamiento económico. Y el coleccionista de monedas más prestigiado de Veracruz, José Zaydén, lo tachó en el mismo periódico de “ilegal”, razón por la cuál sus promotores podrían ser encarcelados por el delito de “delincuencia organizada”.
El túmin sorteó las críticas en su contra y su número de asociados aumentó. No obstante en la primavera de 2011 la PGR notificó a la comisión de maestros impulsores, Juan Castro, Álvaro López y Blanca Xanath García, que se abría en su contra la averiguación previa AP/PGR/VER/POZII/107/2011, por lo que debían presentarse a declarar con un abogado defensor a la Segunda Agencia del Ministerio Público de la Federación ubicada en Poza Rica.
Juan Castro dice que la directiva de la Universidad Veracruzana (UV), de la cual depende la UVI, si bien en un primer momento se mostró orgullosa y solidaria con el proyecto, tomó distancia y les negó acompañamiento legal. La UVI además canceló la reanudación de su contrato académico, tras cinco años de relación laboral. De un momento el maestro se quedó sin empleo y en la vulnerabilidad legal. Sara Itzel Arcas, coordinadora de la UVI Totonacapan, niega que la razón fuera la investigación de la PGR, sino que el activista tiene el certificado de la licenciatura pero no el título. “Entiendo que la universidad le dio un tiempo límite para su entrega y ésta se fue aplazando, y estuvimos esperando más de dos años el documento”. Él rechaza su dicho. “No es cierto”, responde. Le extraña que impartió clases durante cinco años sin impedimento alguno. “No recuerdo que me dieran ningún plazo”. Juan no puede titularse porque dejó un adeudo antiguo en la universidad que no puede pagar. Y el Tec no acepta túmin.
Persecución contra los rebeldes monetarios
La mujer que ronda los 50 años no es tumista. Su blusa color café luce un escote desbocado. De su cabellera caen bucles hechos con tenazas eléctricas, van en tonos cobrizos y dorados. Hacen juego con los aretes metálicos que le cuelgan hasta el hombro. Lleva la ceja tatuada y las pestañas postizas. Está sentada frente a su escritorio. Es Manuela Barradas, agente del Ministerio Público de la Federación, titular de la Mesa Segunda en Poza Rica, encargada de la investigación penal de la PGR contra el equipo impulsor del mercado alternativo espinalense. Heredó el caso de su antecesor.

La licenciada me ofrece asiento. Con su mano roza sus bucles y las uñas postizas resplandecen: están adornadas con florecistas azules de cristalitos y diamantina.
—Me encuentro impedida a hablar sobre cualquier tipo de prueba —masca un chicle sin pudor.
—La averiguación se está integrando a fin de resolver conforme a derecho —agrega la licenciada.
Salimos de su oficina. Entonces la licenciada dio instrucciones a dos judiciales para que recorrieran el trayecto de dos horas de Poza Rica a Espinal y buscaran a Juan Castro. Los hombres llegaron a la Casa del Túmin con actitud altanera a pedirle que les mostrara los documentos de la organización. Juan Castro no lo hizo. “El Ministerio Público ya los tiene”, les dijo. Se marcharon. Al día siguiente el activista y su abogado Óscar Espino llegaron voluntariamente a hablar con la licenciada Manuela Barradas para explicarle el proyecto. Y ella les escuchó.
Óscar Espino, un joven moreno y avispado de rasgos indígenas, cuenta que la licenciada les manifestó que Banxico estudiaba la posibilidad de orientar la investigación hacia un posible fraude.
Esa idea le parece “absurda” porque “la participación en el intercambio es por voluntad expresa de los socios de manera libre, sin presión, engaño o dolo alguno y no se obtiene por parte de los socios o de la dirigencia algún lucro o ganancia indebida”. Así las cosas, el abogado observa que la intención real del Estado “es criminalizar los modos comunitarios e indígenas porque éstos consolidan procesos autonómicos locales, no existe otro motivo”. Sabe lo que dice. El espíritu del túmin comienza a prender en otras partes. Desde Campeche, Chiapas y Michoacán ya buscaron a los creadores de este sistema multitrueque para echar a andar sus propios proyectos.
La red tumista no se doblega con nada. “No nos vamos a dejar”, apunta Óscar Espino. Estos días está por salir de la imprenta un nuevo tiraje de 50 mil túmin para otro centenar de asociados de Espinal y Papantla. Por consenso general en esta edición viene la imagen de los danzantes famosos por lanzarse de cabeza desde las alturas. Qué aventados.
Ah, y por cierto: los días de nuestra visita a Espinal, Banxico declaró a EL UNIVERSAL que por la crisis económica mundial prevé un “evento catastrófico” en México para este año 2012. Y no se refería a las trágicas profecías mayas. El dólar y el euro están en crisis. Del peso, ni hablar. Todo indica que nos adentramos a una nueva era monetaria.
Apuesto un túmin.


-LAURA CASTELLANOS es periodista independiente, su último libro es “2012: Las profecías del fin del mundo”. Los editores de “Domingo” le pagarán esta historia con mil túmins



*Fuente: http://www.domingoeluniversal.mx/historias/detalle/Estos+%E2%80%98panch%C3%B3lares%E2%80%99+s%C3%AD+valen-315








El precio de los regresos*


Cuando partí no sabía
el precio de los regresos.

Ignoraba que hay monstruos
bajo la superficie
cuya visión no puede
soportar la razón.

Que la luz no penetra
las simas abisales
donde el Olvido acecha.

También desconocía
que las mareas traen
decepciones sin nombre
entre coral y espuma.

(No sabía tampoco
que todo viaje es largo
cuando es en soledad)

He aprendido que toda
navegación esconde tempestades
y crepúsculos negros;
que la ruta
es un capricho de los dioses
y el tiempo un aliado del naufragio.

Pero Ítaca exige tales pruebas.
No todos los viajeros
gustarán los manjares del retorno.



-De Arenas de Ítaca

*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com

http://sergioborao2011.blogspot.com/









El Ideal Revolucionario.*


*Cuento de Eduardo Pérsico. epersico@telecentro.com.ar



… y por algún rincón ha de estar esa bandera



Al cine de mi barrio y por los años del sesenta, un Día de Damas ‘cinta romántica’ con Delia Garcés y luego ‘Enamorada’, con María Félix, un imprevisto grupo revolucionario le ocupó la sala y la cabina de proyección sin dificultad. El principal combatiente arremetió con una película enlatada en una mano y en la otra un revólver niquelado que el gallego Luis, el operador, creyó eso como una joda de los vagos del café.

En verdad Luis era un catalán de voz gruesa que parecía envolver las palabras en su boca al decir y además, un veterano de la guerra en España que al ingresar al Ideal a inicios del cuarenta y por ese modo de llamar turco al armenio o ruso a cualquier judío, en Argentina fue nombrado ‘el gallego Luis’. Quien al concertar su empleo con el dueño y escuchar ‘los lunes no hay función y usted estará franco’, de inmediato aclaró ‘señor, digamos que no trabajaré pero yo Franco jamás’. Más otros puntos que calzaba el tipo que si el subversivo de gorra con orejeras, nutrido echarpe y un tembloroso ‘38 largo’ hubiera sabido, esa tarde se hubiera quedado en casa mirando Batman por televisión.

- No te muevas carajo y viva la lucha popular – fue el apurón inicial y el operador Luis algo titubeó pero enseguida le aflojó una sonrisa a ese nervioso pibe que le ordenara proyectar un rollo fuera de programa. Aunque se dijo luego que el gallego siguió unos segundos en prepararse el mate que se tomaba durante su trabajo, y lo cierto fue que Luis apenas repasó sus anteojos y técnicamente empezó a dictar el procedimiento.

- Bueno cabrón, suelta ese matagatos y coloca tu rollo en el carretel – y el ya sudoroso combatiente armado con gorra y bufanda, obedeció.

- Ahora verás tres manchas blancas arriba a la derecha. Tómate el tiempo, jala esa palanca y encenderá la máquina dos.


Y aquel pendejo que tal vez soñara en bajar del Aconcagua montado sobre una yeguita blanca a tomar Buenos Aires, no contradijo a ese veterano que olfateara mucha pólvora verdadera y así los dos siguieron en el combate.

- Bueno, deja ese revólver y la chalina antes que te ahorque la polea y empieza a contar treinta fotogramas. Y atención, que ni bien veas otras dos manchas arriba mueve la palanca y habrá proyección.

- Sí señor – dijo el otro confundido entre las indicaciones y su lucha de liberación.

- Bueno pichón, deja eso y pon la yerba en el mate. Ya haremos ver lo que quieres de una vez - cerró el viejo cómodo por la situación. Es que el Luis gallego de Cataluña era un humorista que también se divertía con las historietas que le inventaba Pepe Luzmala, el acomodador: ‘anoche a Luis lo hirieron en un tiroteo de Arizona. Está grave’. O ‘cuando exhibe Las Lluvias de Ranchipur el operador se calza los zapatos de Frankestein y trabaja tranquilo’, eran de las tantas frases difundidas por el barrio. Y esa tarde, mientras en la cabina se activaba la toma del poder, las espectadoras del día de damas a mitad de precio no pudieron ver bien la imagen del Che Guevara y menos a otro miliciano que sacudía una bandera por la sala.

- Pero hace lo que te dije, pendejo – por ahí gritó Luis en una carcajada porque jamás los cubanos de Fidel fueron tan indecisos: si en pantalla Castro tronaba una advertencia al imperialismo en la sala resonaba una mascarita carnavalera, en tanto el Ernesto Guevara siempre se veía yéndose al llegar. Y si los barbudos esos hubieran tenido tantas contradicciones hoy seguirían matando mosquitos en el monte; así que en tanto se proyectaba celuloide al revés y a contrapierna, se sospecha que aquellos combatientes del cine Ideal de Escalada ni pensaron en las adversas condiciones objetivas antes de salir rajando...

- Siéntense jóvenes o llamo al acomodador – se enojó una viejita manoteando el estandarte y a ese arrolle de insignia se sumó el efectivo que se retiró velozmente de la proyección olvidando sus pertrechos. Menos la gorra.

- Y cuídate chupateta que así no asustas a nadie – lo vio irse Luis y en su crítica tal vez remordiera algún fracaso propio. Así que en acuerdo al repartir el botín expropiado al enemigo, el acomodador Pepe Luzmala se guardó el ‘38 niquelado’ y Luis el operador prefirió la chalina de vicuña.
- Que usaré cuando apremie la bruma londinense de ‘Crimen en la Niebla’ - se anticipó Luis a las burlas del Luzmala y la barra de vagos del café.

Y con certeza, por algún rincón ha de estar esa bandera que alguien muy nervioso agitara esa tarde y casi nadie se enterara.




-Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina









ARCOIRIS*



Salí a buscarlo.
Perseguí continentes.
conversé con forestas y con flores.
Bebí agua, de cataratas y de grietas.
De palmeras
Agonicé sobre una nube que escapaba.
Me arrodillé ante el mar con lluvia fuerte
y una vez me empalagué de nieve.
Y así, siempre corriendo,
lo perseguí entre mares,
puente por puente. Calle por calle.
Para encontrarle recién en mi ventana
reflejado en mis lágrimas de otrora.
Saludo su rescate
y me sonríe

un vendaval de amores.




*De Marta Zabaleta. mzabaletagood@gmail.com

26 de enero, Essex







*

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martes, enero 24, 2012

LAS PALABRAS VUELAN MÁS...



*Dibujo: Ray Respall Rojas.
-La Habana. Cuba.








PRECIOS*




¿Quién paga los derechos del velero
que escribe adiós
en la tarde que no puede volver?
Juan Gelman



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar




No es que uno idealice este lugar porque ha nacido en él, o porque la distancia sea la paridora de una nostalgia tremebunda. No. A nadie escapa –y en mí menos- que por aquí también se cuecen habas y hay gente que pretende vivir pisando al prójimo. Como en todos lados. Pero también es cierto que aquí hay gestos que tienen los vecinos entre sí que en las grandes ciudades son absolutamente imposibles y hasta suenan a cuento.
Debajo de los fresnos hay una mesa redonda de cemento donde mis padres cenaban en las noches de verano.
Hoy en ese lugar José Farina me deja el agua potable aunque yo me olvide de dejarle las monedas. No es raro que sobre esa misma mesa encuentre una bolsa con choclos de la quinta de mi vecino, don Chávez, hombre del norte, grave como un antiguo criollo que sonríe con discreción cuando voy a su casa para agradecerle su obsequio silencioso ya que todo sucede en mi ausencia.
Cuando miro ese viejo trinchante que durante tantos años mi madre había deseado, repleto de vasos, vasitos, pocillos protegidos por ese vidrio con su puertitas corredizas, es como si mirara la historia de la casa y la mía propia. Cada objeto que reposa allí tiene la suya y verlos allí es como un texto donde se interpretan sucesos menores pero también algunos grandes que se pueden enlazar sin tanta exageración con hechos más amplios que se vinculan con la historia a secas.
Debo reconocer también que la mayoría de esos pocillos que son restos de juegos que mi madre habrá comprado con no pocos sacrificios, poco me dicen, o, me cuentan historias ya cada vez más fragmentarias, cada vez más olvidadas y, lo que es peor, no puedo compartir con nadie, pese a que no resisto la tentación de ir usándolos para que ellos no sientan (si es que los objetos sienten) que han tenido una existencia vacía.
Quedan algunas tazas verdes y amarillas donde mis hijas reconocen haber tomado allí el café con leche que mi madre les servía en su infancia. Y eso me hace feliz, porque veo que la tradición de esos objetos mudos no se corta con el paso de las generaciones.
Abro luego un antiguo aparador con sus estantes atestados de libros y colecciones de revistas que fui llevando para hacer lugar en mi biblioteca. La idea era curiosear, pero el calor acobarda pronto mi voluntad y salgo al patio dende una sombra propicia me espera, y bajo esa fronda espesa escucho el piar nervioso de los pájaros cuyo canto ya no reconozco. Inútil espero el vuelo alto de los patos, o la escuadra perfecta de las garzas moras hacia aquellos bañados, porque ya no existen. Andan sí, bandadas bullangueras de cotorras, que vienen de otros lugares donde la deforestación es implacable. Es la soja que empuja el equilibrio ecológico, signos de los tiempos que nos acosan duro.
Hay alguna gente aquí que tiene otros valores. Juan Carlos Sequeira, por ejemplo, el popular Bomba, quien una vez nos hizo un gol en un clásico a los dos minutos y no pudimos remontar el resultado. Recuperé –me dice- el patio de mi infancia que yo llamo “mis raíces”. Porque digo, ¿qué precio tiene ese lugar donde yo corría saltando una cuerda o jugaba con mi pequeña pelota o con mi trompo?
Lo miro sin contestarle. Pero pienso, este hombre es un sabio.
Luego me invitó a un asado allí, donde circula entre sus tomates y sus frutales que son industria de sus manos. Me reí de muy buena gana con sus ocurrencias y la de sus amigos: los dos Raúles – Lisi y Ferreyra-, mi hermano y José Rainiero al que llaman El Príncipe.
Ese patio profundo de buen cuidado césped, con su fresno añoso y alto, el correteo de los gorriones, las nubes que se agolpaban grises en el sopor del día amenazaban una tormenta que el campo esperaba como un perro sediento. De regreso con mi hermano nos acompañó una cortina de lluvia que rodeaba al auto por las calles desiertas del pueblo.
Estas pocas cosas ocurren todavía en mi pueblo, donde un amigo que vende quesos deja en un lugar la llave para que algunos de sus clientes se atiendan solos si necesitan algo de urgencia. Pesan la horma en la balanza y le dejan anotado en un papel aquello que se llevaron.
Mientras quede esta gente, esta buena gente dando vueltas por las calles de mi pueblo, seguramente quedarán cosas vivas.
Aunque ahora las garzas busquen otros cielos más propicios para surcar con su vuelo perfecto.
Pero aún quedan las golondrinas que vuelan en círculos cada vez más cerrados hasta que orientan sus picos hacia el olor del mar lejano y allá van en formación perfecta como regalo a nuestros absortos ojos renovados que la miran siempre















SALSIPUEDES*



Hay una localidad en Córdoba que tiene este nombre temible. Salsipuedes. Este nombre –lo repito, temible- parece decir que el visitante llegará con facilidad pero no tendrá la misma holgura en el momento en que quiera abandonar el pueblo.
Hablábamos con unos amigos sobre los grupos, y defendían ellos los cruceros diseñados para cubrir las expectativas de pasajeros gays. Decían, y me parece un punto reconocible, que de haber sólo personas homosexuales en ellos, nadie es mal mirado ni señalado, todos pueden compartir los códigos como la música, cierto lenguaje, la decoración, los puertos a tocar que son ciudades donde existen barrios gays. En fin, me decían que en estos barcos así como en ciertos hoteles temáticos, todo está pensado para satisfacer las necesidades de un público específico. Y, recalcaban, en esos lugares nadie debe fingir ni esconderse pues todos participan de una misma condición.
Para poner a prueba una idea, es bastante útil el viejo truco de la reducción al absurdo. Pongamos un ejemplo diferente para ver lo mismo desde más lejos, desde cierta extrañeza u otra luz quizás no tan cenital sino una luminiscencia de atardecer donde las sombras se alargan.
Propongo, entonces, un crucero sólo para personas negras, con el fin de que no se sientan discriminados por los blancos, puedan disfrutar a destajo de su maíz cocido, escuchen góspel mañana tarde y noche, y tengan inclusive, detalle simpático, en vez de un minigolf un pequeño algodonal en cubierta para que los niños practiquen los antiguos oficios de sus ancestros. Me dejo llevar e imagino bares temáticos con grilletes y látigos pero ya es suficiente.
No es lo mismo, dicen.
Y qué tal un crucero sólo para aborígenes, con un precioso tótem a manera de mascarón de proa, artistas dedicados a pintar curiosas máscaras guerreras a los pasajeros, y todo un arsenal de plumas de colores para que las damas elaboren su propio tocado. Muy creativo y, como en los anteriores, con una absoluta libertad y comodidad ya que se encontrarían sólo y únicamente entre pares. Si todos participan de un grupo homogéneo, no hay discriminación, ya que no se puede separar un grano de la taza de arroz.
Podría haber un crucero sólo para mujeres para que no se vean expuestas a vejámenes, como se había propuesto en México un autobús femenino. Excelente idea si las hay. Recuerdo en este punto a un obispo católico de aquí en Argentina, que propuso una ciudad para los homosexuales, así no eran molestados por la gente normal. Esto es en extremo caritativo y ejemplo de conducta. Sería como realizar un pueblo para depositar a los mancos, otro para los sordos, y de allí en adelante y todo lo que se les ocurra. Es claro que nadie se burlaría de un ciego si todos quienes comparten la vida son invidentes. Buena solución, virtuosa y pensando en el bien de los pobres anormales.
No caigo en la ingenuidad de creer que una pareja gay se sienta cómoda en medio de una sociedad homofóbica, que una familia de negros disfrute de una felicidad sin atenuantes en medio de una población blanca, que una mujer camine con tranquilidad en un autobús donde viaja la hinchada de un equipo de fútbol a la cancha. Un aborigen es consciente de sus rasgos, y de que muchas personas hallarán algo reprobable en la rasgadura de sus ojos o el color de su piel.
Pero fabricar el propio gueto es un camino riesgoso, donde la protección para que el daño no entre se transforma en una barrera que impide salir.
No queda otra cosa que el ejercicio de la valentía para que los tiempos se desarrollen y cambien. No es simple y no nos engañemos, es doloroso. Más fácil es construir reservas, barrios privados, encerrarse en casa o fingir que uno es otra cosa. Pero se pierde la dignidad en el sendero de la sombra.
Una nena me dijo, cuando trataba de convencerla de que es hermosa con su pelito oscuro y sus ojos profundos “qué viva, vos tenés ojos verdes”. Acusación dolorosa y desgarradora. Tiene razón, cómo pedir coraje a los otros. Lo único que puedo hacer es no sumar ladrillos para que se erijan muros.
Cuidado con los Salsipuedes. Finalmente hay un laberinto para cada Minotauro.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com












LA SAGA DE MIS DELIRIOS*




I



Los ojos siguen tus huellas,
la sonrisa, la sombra de tu alegría
y las lágrimas, ¡Si!, las lágrimas,
humedecen las ansias del corazón que late,
el deseo de tenerte
y remontar distancias,
y elevar el cuerpo inerte, sobre valles,
y montañas
y llegar a ti

contemplar tus bellos ojos negros,
sumergir en ellos, lo que queda de vida,
y desplazar el espíritu en las profundidades de tu alma,
y acariciar tu rostro, ese rostro amado,
sentir el calor de tu piel quemando mis deseos,
y el sabor de tus labios,
Oh!,tus labios que tanto anhelo...
y dormir en tu lecho, el sueño eterno



II



Veo tu imagen alada
entrar por la ventana,
roconozco tu rostro, tu cuerpo,
más no tus alas
-seguro, es un delirio-
pero no tengo fiebre, no, no la tengo,
es más, creo que siento frío,
y te acercas
y en tus alas envuelves mi esqueleto,
recitas versos, tu sonrisa acaricia mi embeleso,
y la muerte baila alrededor
y canta canciones de cuna

pesados los ojos, helados los huesos en el calor de tus alas,
y mi corazón arde en el sepulcro de tu aliento





III



Las cenizas yacen esparcidas
no veo tu rostro, todo es niebla espesa,
a lo lejos un murmullo

la imagen tiembla
no hay recuerdos en la memoria,
y desplazarse a ciegas, entre los secretos
oscuros de un agujero que flota,
y de pronto: ¡resplandecen las tinieblas!
...el último latido, el último segundo

las cenizas yacen esparcidas





IV



Transcurre un instante sin tiempo
el esqueleto yace acurrucado
en el vacío de la conciencia sin nombre
y los estertores gimen
y la oscuridad busca desesperada,
la tibieza alada, esa que quedó presa,
en el fragmento del último latido, ¡Si!
del último vestigio luminoso de amor
y recuerdo en el corazón

un lugar sin espacio
acurrucado el esqueleto
perdido en la bitácora etérea,
llora lágrimas que bañan los astros
y transgreden la lógica
del espacio sin tiempo
y del tiempo sin espacio
y caen, delicadas, quejumbrosas,
fundidas con la lluvia
y tocan los cristales de tu ventana
y en un descuido, algunas rozan tus mejillas
y otras te usurpan un beso.




*De Ruth Ana López Calderón. anilopez20032000@yahoo.es








Las palabras vuelan más*




He muerto tantas veces que ya ni recuerdo… diversas voces me han susurrado que estaban para cobijarme en el silencio más opaco. Así amarrada a esos nidos me he confiado a entregar lo mejor y lo peor de mi.
Pero la cama radiante se transformo en un salto al vacío.
Recompuesta en mis sobresaltos he aprendido que las palabras vuelan más que los abrazos.



*De Azul. azulaki@hotmail.com








CUANDO EL VIENTO SUR*


“Sin ningún viento, ¡hazme caso!, gira, corazón; gira, corazón”.
FEDERICO GARCÍA LORCA





Cuando el viento sur se vaya
¿Quién refrescará el sonido de la flecha y la última bala?
¿Dónde llorará el río cuándo se seque el cauce de la noche?

¿Quién alumbrará la madriguera del topo?
¿Dónde irá cuando la nieve apague el brillo de la última lluvia?

¿Quién se atreverá a devolver amor a la cuna vacía?

¿Dónde irán estas palabras, golondrinas perdidas?
¿Hasta cuándo buscarán la sombra de su sombra?

¿Adonde irá la sombra del viento sur?
¿Adonde irá la niña sin los vientos? ¿Lluvia, sequía, pedregal?
¿Adonde?


*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar









LAS INDIGNADAS*


Decían de Discépolo "le duele como propia la cicatriz ajena"
Pero acaso es ajena la herida de la crucificción de esta niña de 11 años de Concordia.

¿La iglesia sigue necesitando cruces y hogueras? ¿Por eso elije a las más débiles, a las nenas y a las mujeres pobres? Que tienen para decir del tema los curas de tercer mundo. Parece que han hecho opción por los pobres pero no por las pobres. La iglesia encarna una ideología "el patriarcado" a la que sirven gobernadores , ministros de salud, jueces y un largo etc. No todos los hombres siguen esta ideología ni todas las mujeres están en contra. Quiero destacar los artículos de Stola, Carabajal y Wainfeld que salieron en Página 12. sobre el tema y les pido que sigan escribiendo sobre los actos de violencia contra las mujeres que no cesan.
TAMBIÉN ES INDIGNANTE tener que dar razones para lo que está a la vista.
Pedimos la soberanía en las islas Malvinas, pido también para esta nena, para todas las nenas y todos las mujeres, sobre su vida. Pido que no quieran usar su cuerpo como un envase. Las palabras del ministro de salud de Concordia cuando dice "la naturaleza es sabia", son un insulto, tendrá que renunciar y pedir primero disculpas a todos los que ofendió con sus palabras. No se enteró el señor ministro que los seres humanos somos seres de cultura y no de la naturaleza como los animalitos. Podría repetir estas palabras necias a las víctimas de terremotos por ejemplo.

¿Sabe el señor ministro los daños que pueden darse en el sistema oseo que todavía se está desarrollando en una nena en crecimiento por el gran requerimiendo de calcio de un embarazo?
Si no lo sabe es un ignorante, si no sabe el daño psíquico de sentir la invasión del cuerpo por algo que no se quiere ni se está preparada para entender. Si no lo sabe como lo sabemos los que trabajamos con la salud mental, no merece el puesto que ocupa. Es posible pedir y lograr que se respete a las mujeres y a las niñas, su deseo, su vida, sus decisiones, su integridad. Desde 2003 en adelante se ha avanzado mucho en derechos humanos y en la integración de las minorías, por eso es inadmisible que dejemos a las niñas pobres sujetas a la violencia de una dictadura sobre sus cuerpos. Hay que desactivar la influencia de la iglesia y las patotas que sostienen sus principios miortíferos para las mujeres , en el sistema de salud y en otros.

A luchar con ternura e ideas, eso que ellos no pueden esgrimir.


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com









El cuerpo expropiado*



Por Enrique Stola *


No es una historia talibán. Ocurre en Entre Ríos, Argentina, siglo XXI. Una niña de 11 años, violada y embarazada. Tempranamente ella aprende los códigos machistas: el cuerpo de las mujeres pertenece a los hombres. Su humilde mamá pide ayuda profesional. Rápidamente aparecen quienes son los guardianes de la moral, de las leyes y los representantes del Estado provincial y decretan que el cuerpo de la niña les pertenece. La niña pide “volver a ser como antes”, seguir siendo niña. Los guardianes dicen NO. El NO se ve reforzado por la presión de los aliados de la muerte, fanáticos que se llaman “pro-vida” y suspiran cada vez que una mujer pobre muere por un aborto clandestino: la muerte es la forma en que Dios hace pagar el pecado de abortar. Ningún médico/a, cuando diagnosticó el embarazo, informó a la mamá sobre los derechos que la niña tenía (tenía, porque sus derechos fueron confiscados por el Estado). Nadie le dijo que la Organización Mundial de la Salud la tiene en cuenta y que ella, con sólo 11 años, no goza de buena salud por el disparo al psiquismo sufrido y que sufrirá aún más cuando le impongan ser madre, ya que no tiene autonomía para decidir. Mientras, el director del Hospital Masvernat de Concordia informó al juez que ella era un buen armario-contenedor y que podría parir sin riesgo. Si no, que no se preocupara: el ministro de Salud había pensado ya en una cesárea. ¡Todos hablan de la buena salud del armario-contenedor! Nadie le dice a esta niña que si fuera hija o nieta del juez, del ministro o de los médicos, en estos momentos estaría jugando y ya habría vuelto a ser la que era. Si ella fuera de clase media o alta, no se violarían la Convención Internacional de los Derechos del Niño ni las leyes 26.061 y 26.485. El aborto no punible se habría realizado sin inconvenientes para su salud, y el estrés postraumático por la violación podría resolverlo con psicoterapia.
Ella sólo es una niña pobre que sufre un atentado a su salud psicofísica, un festín para la ignorancia, la hipocresía y la cobardía social.


*Médico psiquiatra. Psicodramatista.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/subnotas/185863-57462-2012-01-20.html










Libros*



Varado entre murallas y gaviotas. Seis entradas en la bitácora de Maqroll el Gaviero es una guía de la obra de Álvaro Mutis escrita por Diego Valverde Villena. Varado entre murallas y gaviotas es un vademécum que nos ayuda a recorrer las páginas mutisianas, un mapa literario de las rutas del Gaviero.
Diego Valverde Villena -viajero como Cendrars, connaisseur como Morand, lector como Larbaud- entra en la bitácora del Gaviero y nos ofrece las claves de su mundo.


Diego Valverde Villena (1967) es licenciado en Filología Hispánica, Filología Inglesa y Filología Alemana y magister en Literatura Inglesa. Ha realizado estudios de doctorado en Literatura en las universidades de Oxford, Heidelberg, Tubinga, Chicago y Complutense de Madrid. Desde 1992 ha sido profesor en varias universidades europeas y americanas. Su poesía aparece en numerosas antologías y ha sido traducida a varios idiomas. Sus ensayos, guiados por lecturas de un hedonismo borgiano, exploran la
literatura universal, con especial dedicación a la literatura hispanoamericana.




-Si está interesado en adquirir este libro, envíenos un correo electrónico a info@auroraboreal.dk

con la referencia Varado entre murallas y gaviotas.



-Fuente: Aurora Boreal.

http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=1119:libro&catid=76:lo-mas-soliticitado&Itemid=205









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