sábado, marzo 28, 2015

ADEMÁS DE LA MEMORIA Y SU NEBLINA...


*Dibujo de Erika Kuhn.










EL MIRADOR*

Eliot’s office



Desde esta alta oficina, se pudo ver el
bombardeo alemán
por la ventana, como una desgarradora
noche
de cometas. –Una ventana hacia las
nubes
o cielos de Euston y algo más allá...
Ya sin fotos
de Virginia Woolf en la pared lateral,
encima
de la repisa, y sobre todo sin Mr. Eliot,
quien respiró
entre estas paredes mientras avanzaba
por sus años.
Naturalmente, tampoco está su viejo
escritorio,
ni alguna perdida voluta del humo
que embebió
todo durante cuatro décadas, poema
tras poema.
En verdad, es como si nadie hubiera
estado aquí
escribiendo, fumando, charlando, o
bostezando
–acaso ausencias, voces, ecos, brillos
o fantasmas–,
y solamente el devenir diario fuera
lo cierto,
lo más cierto, además de la memoria
y su neblina.
Sin embargo, voy escrutando cada
rincón,
cada signo disperso, y otra vez su
ventana,
su pequeña ventana al norte, como si
él estuviera
ahí, en algún punto o envés del aire,
o en un destello
olvidado de los años penosos de
posguerra.



*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
-Poema en Afiche perteneciente al poemario “Dos cigarrillos para Eliot”.
-Escrito en Earl’s Court, Londres, en mayo de 2013 y  mayo de 2014.
Ediciones del Nuevo Cántaro. Marzo 2015








ADEMÁS DE LA MEMORIA Y SU NEBLINA…






Viaje al pasado*


Coincidiendo con la fecha de mi cumpleaños número cincuenta, hace exactamente cincuenta años, los científicos de la N.A.S.A. de cuya existencia ya no tengo noticias, consiguieron hacer funcionar el diseño de la máquina en la que viajo hacia el pasado.
Ha sido emocionante al comenzar el viaje, tener la inmensidad del planeta a un disparo de cámara fotográfica, a la simple distancia de, en caso de poder abrir una ventanilla y, según parecía, poder tocarla con los dedos.
-¿Cómo se vive en el espacio tanto tiempo?- Es la pregunta obligada que supongo deberé responder a mi regreso.
Al principio, como cualquier astronauta, uno tiene que aprender a realizar tareas como si nunca las hubiese hecho. Comer, descansar, leer, bañarse. Todo es diferente porque en el espacio las cosas flotan libremente. Si se escapa de la mano el cepillo de dientes, el mismo podría actuar como un bumerang y golpearnos la cabeza.
Dormir, por ejemplo, es complicado mientras se orbita alrededor de nuestro planeta, porque el sol nace dieciséis veces cada veinticuatro horas. Aparece como un suspiro y se esconde igual de veloz, empeñándose en despertarnos pero, cuando nos alejamos, el viaje transcurre en total oscuridad, lo cual, también suele resultar traumático.
El universo es un lugar insondable. Los colores se ven brillantes y cuando se observa de cerca cualquier planeta, se pueden distinguir las montañas y las profundas hendiduras de los cañones. No existen las fronteras ni tampoco los límites. Uno siente que está inmerso en un imponente misterio, mucho más grande e indescifrable que viéndolo desde la tierra.
Es verdaderamente sobrecogedor. A veces me he llegado a sentir al borde de la locura. No ahora que paso el tiempo gravitando y no pienso como antes con tanta seriedad en el asunto, por sobrecogedor que parezca.
Puede resultar turbador y extraño al principio, pero luego de cincuenta años, es algo tan común como lo es, entretenerse en un parque de juegos en nuestra tierra, para una persona de cualquier edad.
La máquina en la que viajo fue creada con la capacidad técnica de provocar una curvatura en el espacio, con un campo de gravedad local en su interior, suficientemente poderoso y necesario como para permitir realizar este viaje. Lo demás fue rutina pues ni siquiera se necesitó para su construcción, utilizar materia exótica. Se construyó a partir, únicamente, de materia ordinaria y densidad de energía positiva.
No sé si a esta altura no será una obviedad tratar de explicar qué significa materia exótica. Por las dudas, aquí va una pequeña referencia:
El significado más estricto, se refiere a la materia que es más estable que la materia nuclear, que está constituida por seis tipos de quarks, pero no creo que sea el momento de extenderme en explicaciones que en la actualidad terráquea, deben de comprender hasta los niños de primaria.
Simplemente, se aprovechó un agujero de gusano como túnel espacio-temporal. Este tipo de agujero conocido por los físicos (de quienes tampoco he tenido más noticias desde mi partida) como puente de Einstein – Rosen, tiene la capacidad de conectar un instante de tiempo con otro, hecho que se desprendió de la resolución de las ecuaciones de relatividad general. La decisión de iniciar este camino fue un largo y dificultoso proceso científico, que además debió superar todas las contradicciones filosóficas de la época.
Para hacerlo más simple y tal vez risorio, fue como si desconectaran un televisor de la corriente eléctrica, aunque no estoy seguro de que ustedes sepan hoy qué era un televisor. En el momento de mi partida de la dimensión “presente”, como le llamábamos al momento que estábamos viviendo, un televisor era una máquina capaz de permitir ver imágenes, a la vez que se podían oír los sonidos de lo que sucedía en la escena. De todas maneras, ya estaba prácticamente suplantado por modernos ordenadores y se lo consideraba obsoleto. Pues bien, yo sentí como si me hubieren desconectado de la energía eléctrica y que un impulso irresistible me absorbiera, haciendo que mi cuerpo y mi mente se fueran transformando con lentitud, permitiéndome regresar en el tiempo, a través del agujero gusano y de mí mismo.
Las primeras especulaciones acerca de dichos agujeros, suponían que se trataba de túneles espaciales demasiado pequeños para el paso de una nave pero luego, los matemáticos demostraron sobradamente que eran perfectamente transitables.
Tanto es así que se obtuvo, basándose en las teorías de Einstein, que el espacio se curva artificial o naturalmente, hasta crear un campo de gravedad interno, capaz de arrastrar consigo el espacio (valga la repetición) y el tiempo próximo. Lo demás insisto, fue rutina. Una vez que los agujeros negros, unidos entre sí por agujeros de gusano, absorbieron a la nave, no fue necesario ningún otro esfuerzo humano para que se franqueara la puerta hacia el pasado.
Comencé a vivir hacia atrás cada minuto de mi vida: El estruendo que provocó el encendido de motores, el último apretón de manos del jefe de la misión en tierra, la tristeza de la separación de Eleanor, mi adorada esposa, los ojos llorosos de mi familia. El día que aprobé todos los exámenes y me consideraron apto para ser el tripulante de la nave- experimento. La muerte de mi madre, el día que egresé de la escuela secundaria y me despidieron con honores. Los juegos de la infancia, mis primeros pasos. Los mimos de mis padres, la avidez con que me prendía a los pezones en busca de alimento. Cada etapa fue vuelta a vivir en detalle, en mi camino hacia el pasado.
Mi viaje como dije, lleva exactamente cincuenta años, ocho meses y días. Pronto llegaré al límite en que deberé regresar. Según lo previsto, ya me he trasladado al módulo-útero- desde donde, en pocas horas, seré expulsado nuevamente hacia el futuro por un angostísimo canal. Deberé hacer el camino inverso, hasta aquél lejano presente que dejé tras mi partida. No estoy seguro si las generaciones que me siguieron, habrán dado importancia a mi viaje, probablemente a esta altura de los acontecimientos (he perdido por completo la comunicación con el –ahora- futuro) se me haya dado por extraviado o sencillamente disuelto en el espacio-tiempo. Tampoco descarto que me espere la gloria. No lo sé.
La experiencia en sí, ha resultado de total éxito, mucho más allá de las especulaciones que se barajaban antes de mi partida.
Tampoco puedo asegurar de que, para cuando llegue a aquél presente que abandoné con fines científicos, la ciencia haya conseguido superar el lapso de amnesia, que ocurre en los niños, que va desde el útero hasta temprana infancia. De no estar ello resuelto, lamentablemente, mi viaje como todos los de los viajeros al pasado que me precedieron, habrá sido de nuevo en vano. No podré recordar para contarlo y todo habrá quedado como entonces.



*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell










LUIS GUDIÑO KRAMER NOS HABLA DE CAMINOS*


Mi amigo, el poeta Carlos Piccioni, me acaba de confiar su pensamiento: nosotros “ya somos bichos urbanos”.  Dicho a manera de conclusión es como para no insistir con una respuesta.
Él, mi amigo Carlos Piccioni, no deja de ser, por eso, como yo, un hombre de los pueblos, lo que en algún momento se llamó la tierra adentro y ahora se nomina “el país del interior”. Yo me pregunto entonces, ¿cuál es el país del exterior? Tal vez la gran metrópoli que le ha hecho escribir a otro poeta amigo, en este caso de la provincia de Entre Ríos, Miguel Ángel Federik convencido que los únicos con derecho al gentilicio “argentino” son los porteños. Los demás somos simplemente  mendocinos, salteños, correntinos, entrerrianos, santafesinos o rosarinos, etc.
En la fresca deriva de esta mañana en que arañamos ya el Otoño, recordé algunos textos que son casi la sangre de uno, porque aquello que nos produce placer, conocimiento o un momento agradable que agrega algo a su vida y  “le viene como agua de mayo” , suelen decir en España y lo incorpora a ese fluir vital. Y me sucede en este momento en que acabo de recibir, gracias a la gentil bondad de mis amigos de la Universidad Nacional del Litoral, un libro de don Luis Gudiño Kramer, en impecable edición como ellos nos tienen acostumbrados y con el plus de un excelente, concienzudo prólogo de María Eugenia De Zan. Celebrada esta selección  que reinstala uno de los autores fundamentales de nuestra cultura, pero yo quiero exaltar su figura desde otro lugar. El de haberse dado a la tarea, encomiable por cierto, de fundar una región.
Gudiño Kramer es un hombre que quiso saber cómo somos, qué somos en esta región, en esta llanura, y  sobre todo nos habla de caminos. Pero no se queda en el paisaje. Si bien escribe, para decirlo en el discurso de los entendidos, o describe “el camino de la costa y su collar de pueblos perdidos en aquel su tiempo. Algún crítico lo adscribió como cultor del “realismo crítico”, otros al “realismo pedagógico”. Es probable que estas indicaciones tengan formas de probarse “fundar una región”, aludida certeramente en el prólogo. Diseñar una topografía literaria, justo él, que era topógrafo de profesión, y que la ejerció sumado a otras tareas muy diversas que hizo en su vida, hasta recalar en el trabajo de periodista del diario El Litoral, de Santa Fe, donde dio sobradas pruebas de eficiencia y rigor. Lo interesante es que no se queda en lo meramente descriptivo, sino que indaga en la psicología de esos hombres, de esas mujeres, de esos seres angustiosamente solitarios que intentan ponerle algo más a sus vidas que un mero transcurrir. Hugo Gola ha escrito: ”ni para gozar ni para sufrir estamos aquí. La vida tiene el sentido que nosotros  logremos añadirle, no tiene otro”. Los personajes de Gudiño Kramer nunca logran ese cometido porque en el lugar histórico donde ellos transitan no encuentran otro norte que la subsistencia. Pescadores, puesteros, gente de las hondas y  antiguas estancias de entonces, son puestos de relieve, tratados con infinito respeto por este escritor que sin embargo marca constantemente ese estado de injusticia y postergación. Sus personajes tienen carnadura, casi siempre los pone de relieve con su habla particular, con sus tics, y esa inmediatez que produce el uso de la lengua privada. No son los grandes temas los que aparecen, sino los de todos los días rodeados de esas tremendas soledades y del hosco aislamiento  de esos seres de aquellos tiempos históricos, él los rescata sin estridencias y se pone amorosamente a disposición de sus criaturas y deplora de los escritores que los explotan como si ya no los explotaran sus patrones reales.
Indefectiblemente don Luis Gudiño Kramer termina produciendo con sus recursos de estilo incomparable una gran sinfonía de sentidos.
“Nuevamente el camino y otros textos” se llama esta esperada reaparición tan bienvenida, para que las nuevas generaciones disfruten de la felicidad que nos ha producido este hombre con sus cuentos y relatos.



*De JORGE ISAIAS. jisaias46@yahoo.com.ar






*


Todo
se llevó el viento:
las puertas,
las ventanas,
nuestros nombres unidos
en las voces del agua.

(ando,
descalza y sola
sobre lo que fue
una casa)

Una tarde el viento
trajo en el aire palabras
donde dormían
adioses
ardientes
como brasas.

(mis pasos
abren surcos
en la tierra
arrasada)


*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com












El polígamo*



*Por Alejandro Segura. alejandro1segura@gmail.com



El polígamo era mi abuelo. Lo digo casi con orgullo. “Porque el hombre sí que revolucionó nuestra conciencia”. Como se imaginará usted, era un loco, aunque los historiadores argentinos han querido ponerlo como el modelo de nuestra racionalidad, como el espíritu de lo que somos los argentinos, válgame Dios.
Mi madre siempre me decía: “a tu abuelo le faltaba un tornillo y le sobraban mujeres”. Siete, para ser más precisos, que fue la causa por la que fue preso allá por el año 2016, hace exactamente cincuenta años. Yo no lo conocí, fíjese usted, pero me sé muchísimas cosas de él, debido a las historias que contaba mi madre, su nuera, es decir la esposa del hijo de mi abuelo, que era un hombre muy silencioso. Mi padre nunca decía nada de su familia, ni de otras personas, ni de nada. Nada de nada. Así que eran el complemento perfecto, mi vieja contaba todo, y el pobre de mi viejo, todo lo callaba. Sé que le daba mucha vergüenza tener un padre polígamo. En fin, cosas de la existencia, porque el polígono, como lo llamaba mi tía la Pirucha, fue un hombre que humilló a la familia original.
Como le digo, el polígono inició una nueva historia para la argentina. Esto es cierto, hasta yo me doy cuenta, que soy un simple taxista. Es más cierto que la sal y el azúcar. Como también es cierto que los historiadores han dicho infinidad de zonceras sobre él, poniéndolo en un lugar, que, la verdad-la verdad, el polígamo, nunca tuvo, ni quiso alcanzar.
Así que esta historia que le envío, estimado doctor, es sólo para que sienta usted más cerca al polígamo y para que complete los estudios que está realizando. Para que vea que fue un hombre de carne y hueso, como cualquiera, y que si llegó a lo que llegó, fue más que nada debido a que fue un hombre común y corriente que vivió, nada más, que vivió. Lo otro lo armaron los machistas, las feministas, los jueces que lo encarcelaron, las mujeres que lo amaron y los políticos que cambiaron las leyes hasta convertir a la poligamia en una opción más entre las múltiples elecciones familiares que hay en nuestro país.
Le cuento, estimado amigo, que en nada me voy a referir a las intimidades del polígamo. No me interesa contarlas, aunque algunas las sé, porque mi madre las contaba con pelos y señales. Simplemente a mí no me interesan, y no creo que le interesen a un destacado sociólogo como usted. Lo que yo espero es que tenga la otra historia del Juan “el Bautista el Argerich”, una historia revisionista, que cuenta las verdades que nadie dijo, sepultando la infinidad de boberías que se armaron sobre este hombre. Que fue uno como cualquiera, que vivió, como pudo, que anduvo como lo llevó el viento, y que terminó siendo un héroe por la más pura casualidad. Al fin y al cabo, fue un argentino más: no hay que idolatrarlo, ni tampoco tener vergüenza de él.
El relato épico de su vida y los análisis más atravesados sobre su existencia y lo que esa existencia causó en la vida de nuestro país, lo va a encontrar en los libros de historia. Con las más sesudas inferencias, y con todas las yerbas que los historiadores son capaces de inventar. Yo, simplemente, quiero que se acerque un poco más al hombre de carne y hueso, al hombre que no medía más de un metro cincuenta, que era feo como la pu que lo pa, y que simplemente quería ser feliz, algo que probablemente nunca logró en su vida, hasta que tuvo sus siete mujeres. He tratado de escribirle estos apuntes de una manera directa, así nomás, como van saliendo. No soy escritor, así que usted perdonará los errores que encuentre. Verá también que en algunos tramos he tratado de meter algo de literatura; también sabrá disculparme por eso. Por lo demás, la historia que le narro es absolutamente verdadera, se sorprenderá de lo distinta que es, si la compara con las boberías que escribieron Halperín y otros como él.
Lo que usted advertirá, a medida que vaya leyendo estos papeles, es que todo se le dio mal al pobre. A lo mejor por eso me animo a responder a su pedido, para mostrarle que no fue un hombre afortunado, salvo por unos años. Pero también, esta historia que ahora le narro, es para reivindicarlo a mi manera, simplemente para empezar una saga, la de mi familia, la familia del polígamo, la verdadera familia del polígamo, don Juan Bautista Argerich. Estimado amigo, me ha hecho un gran favor: usted ha sido la excusa para que yo me animara a contar esta verdad.
Un saludo cordial.


Firmado: José Pedro Argerich




***











EL VIAJE Y EL ESPEJO*



Vienen pasos de luz. Marcan un nuevo día.
Me digo: será hoy, hoy me decido.
Se inicia la danza de rumores y a su orden
se alzan / manos / cuerpos / lazos
de rutina. Como sutil veneno, el vértigo.
Desenrosca instintos hasta ser fijación
de horas obsesivas. Me nace el grito.
Lo arrojo invertido, hacia adentro.
Partida, descentrada, me desprendo
del avance inexorable de mi tiempo.
Rechazo el escándalo de ritmos prefijados.
Destruyo relojes de mecanismos perfectos.
En un mundo ajeno al pulso de mi pulso.

(Desde un punto Omega
crearé bandadas que me presten
su aire y su donaire
para saber los cielos)

Crecen los pasos de luz.
Me fijan horarios y emociones.
Salen a buscarme y no hallan
sino el grito metido en el silencio
exterior de mi cuerpo.
Parto hoy.
Lleno una maleta de recuerdos
me visto de aromas olvidados
enfundo muebles y prejuicios…
Antes de echar llave me acuerdo del espejo,
nigromante sin piedad, me da la imagen real:

Marca un rostro surcado de ansiedades
y en un juego de luz y sombras, en la frente
una cruz de ceniza me coloca. Es el signo
que deshace el viaje…

Al volverme, ingreso
bajo el mando de la luz,
al vértigo.


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
-Del libro RAÍZ AL AIRE.






***
INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/



Rumbo a San Fermín*

(De la estación San Fermín – Ferrocarril Midland)



Diez de la mañana sobre la pampa húmeda. El primer sol primaveral reverdece en las copas de los árboles, el trino de los pájaros adormece la visión del caminante, y la llanura es cortada por la mitad por una tenue línea irregular. Son los restos del antiguo ramal de trocha angosta del ex Ferrocarril Midland, desmantelado desde hace décadas, descomponiéndose en medio del paisaje como el atroz cadáver de un pordiosero sin nombre.

De pronto, sobre la monotonía del horizonte comienza a distinguirse una silueta que se acerca, sin prisa pero sin pausa. Al comienzo se asemeja a una aparición espectral, difusa, intangible. Pero a poco de avanzar, se concretiza, sólida, oscura, con una vaga oscilación que recuerda al rítmico sube y baja de los pistones de un motor de combustión. Sobre aquel paisaje desolado se materializa una zorra ferroviaria manual, impulsada por un par de siluetas, esforzadas y persistentes.

Poco a poco van delineándose las figuras: son un par de hombres, vestidos con deslucidos mamelucos grises, moviéndose con una monotonía tan decidida como sudorosa. De espaldas a la vía, con la vista fija en el ayer, Eduardo Coiro –alias “Educoiro”- mueve la palanca arriba y abajo, con un brillo alucinado en la mirada y un peso inimaginable sobre ambos brazos, ya casi acalambrados. De cara al futuro, dejando atrás un pasado que ya no volverá, Alberto Di Matteo –alias “Aldima”- reproduce el movimiento alternado de su compañero, resoplando mientras hombros y espalda se le contracturan, y deja vagar la imaginación como una sutil manera de que el impulso cobre mayor fuerza.

-¡Vamos, Di Matteo, no me afloje! -, exclama Coiro. -¡Hay que volver a fundar estos ramales ferroviarios, olvidados por la desidia de los prostitutos de siempre!

-No sé cómo vamos a llegar hasta el final -, replica Di Matteo, con un quejoso murmullo y la vista fija en la palanca. -¿Quién más va a sumarse en esta patriada?

-¡Eso no importa, compañero! ¡Hay que trazar un camino, crear con sentimiento, desplegar el sueño y la fantasía sobre este bendito país!-. Y de pronto, suelta la mano derecha, eleva la vista al cielo, y apunta hacia arriba con el dedo índice, cual si pontificara sobre una tribuna política: -¡Hagamos el esfuerzo, carajo! ¡Claro que vale la pena! ¡Nos cansaremos de triunfar!

Di Matteo también suelta su mano derecha, pero para tomar un marcador que lleva sobre el bolsillo superior izquierdo, y con él comenzar a garabatear las inspiradas frases de su amigo sobre la manga izquierda de su mameluco, que luego transcribirá oportunamente, elaborando inspirados textos que los movilicen a soñar a ambos –y a sus lectores- con estar dando los primeros pasos para el lanzamiento de una revolución cultural que rescate aquellas antiguas glorias de un país que quizá ya no exista, pero que bien vale la pena homenajear. Resopla agotado, guarda el marcador en el bolsillo, y continúa impulsando la zorra hacia delante, inclinando la cabeza.

Sólo entonces descubre el singular detalle, incrédulo por no haber reparado en ello antes. Lo que se extiende a espaldas de Coiro, en esa porción de llanura que aún no han recorrido pero que se les avecina a gran velocidad, son las carcomidas ruinas de lo que otrora fuese una vía: fragmentos de rieles oxidados, tacos de durmientes comidos por las termitas, pajonales por doquier… ¿Cómo es posible que se lancen hacia semejante incertidumbre, sin sucumbir en el intento? Sin embargo, al hundir la cabeza entre los hombros y espiar a través de sus piernas flexionadas, advierte que debajo del paso de la zorra, por detrás del impulso que van desgranando sobre la pampa húmeda, los rieles brillan con una intensidad inusual, como si los hubiesen acabado de fijar al suelo, aunque relucientes por el uso continuo.

-¡Refundemos un proyecto ferroviario, aunque sólo sea en el plano de nuestros sueños, con la mágica potencia de la literatura!-, vocifera Coiro por delante suyo, a espaldas del mañana.

Entonces Di Matteo fija la mirada sobre la oscilante palanca y cree estar viendo algo muy distinto al acero habitual con el que ignotos ingenieros europeos han construido estos vehículos. La barra parece estar conformada por un material extraño, parecido a una red, un tejido, un entramado de elementos misteriosos. Presta mayor atención, entrecerrando los párpados que le arden a causa de las densas gotas de sudor, y sorpresivamente cae en la cuenta de su propio delirio: aquello no es una red de filamentos metálicos, ni siquiera la fragmentación atómica de los elementos, sino un macizo conglomerado de frases, letras y palabras, unidas entre sí…

Inmediatamente, ambos escuchan un estridente silbato, imposible de confundir, proveniente del lugar que acaban de abandonar.

-¡ES EL (Inven) TREN!-, aúlla Coiro, agotado pero inmensamente feliz, espiando hacia atrás por sobre el hombro de su compañero. -¡LO HEMOS CONSEGUIDO, DI MATTEO! ¡EL (Inven) TREN VUELVE A CORRER CON INDUDABLE DIGNIDAD SOBRE ESTAS VÍAS!

Di Matteo vuelve la cabeza y contempla en pleno día el nítido faro de una locomotora diesel a unos trescientos metros de distancia, que se acerca a una velocidad mucho más intensa que la que ellos desarrollan manualmente, sin intención alguna de detenerse al alcanzarlos, en una suerte de criollo remedo de la horrible criatura generada por el Profesor Víctor Frankenstein.

-¡Va a pasarnos por arriba!-, exclama, con un último aliento.

-¡Por eso mismo, Di Matteo: ponga huevo y siga adelante! ¡Hay que llegar a San Fermín antes de que nos aplaste! ¡El (Inven) tren se ha convertido en una fuerza imposible de parar!!! ¡Síííííííííííi!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

“¿Quién me obligó a meter en este quilombo?”, piensa Di Matteo, bufando y sin dejar de agilizar esa barra manual que ya casi parece moverse sola, aunque todavía necesite del impulso humano para darle impulso.

Coiro comienza a reírse de felicidad, con genuina satisfacción. El cuerpo le estalla en una dolorosa contractura, el sudor se le adhiere sobre la piel, y el aire le quema los pulmones. Pero a pesar de todo, se siente tan contento como si volviese a tener siete u ocho años, y su padre le hubiese regalado un lujoso tren Lima, con decenas de vagones y tres modelos de locomotoras diferentes, acompañados por maquetas de estaciones y demás construcciones aledañas, todo ello dispuesto para establecer sobre una amplia mesa y dejarla allí, para jugar hasta muy tarde por las noches, o alegrar una borrascosa tarde de lluvia con el cautivante hechizo de un circuito ferroviario de juguete.

El sudor les chorrea a mares desde las frentes, descendiendo por los cuellos, creando enormes aureolas oscuras bajo las axilas, afincándose en las palmas, asidas con obstinada firmeza a la barra de la palanca, mientras la locomotora Werkspoor 4613 se les abalanza voraz, cada vez más cercana. Y aunque cada uno resopla por causas diferentes, aunque las motivaciones sean tan variadas para cada uno de los dos, algo los une en una misma empresa: el placer por inventar, por divertirse, por delirar juntos de manera creativa…

-¡No afloje, Di Matteo, no afloje!!!

-Sos un dictador, Coiro… Siempre decidís por tu cuenta…

Así es como la zorra parece adquirir una velocidad autónoma al impulso manual que ejercen sobre ella, aunque ello no impida que el parachoques a rayas rojas y blancas de la locomotora les dé un topetazo por detrás, sólo para impulsarlos unos metros más, hasta llegar a destino.

Irrumpen de manera tan vertiginosa en los terrenos aledaños a la Estación San Fermín, que hasta por un segundo les parece que allí no existía nada hasta ese preciso instante. La zorra se desmaterializa en forma inmediata, mientras ambos caen rodando sobre un andén muy pulcro, y a su alrededor se esparce una caótica lluvia de fragmentos de frases sin utilizar, ideas sin desarrollar y comentarios al margen. La locomotora a vapor ensordece el espacio con un silbido en extremo estridente, como el primer chillido emitido por un recién nacido, urgido de alimento, y avanza desbocada hacia el horizonte sobre unos rieles recién estrenados, dejando a su paso un ardiente halo de carbón quemado que les inunda la nariz.

Coiro incorpora a medias el tronco sobre el andén, mientras Di Matteo aún intenta recuperar el aliento del último impulso, con la mente agotada de tanto delinear frases dignas y coherentes, cuando contemplan azorados algo que jamás hubieran podido imaginar por cuenta propia.

Al otro extremo del andén ven surgir, como otra aparición fantasmal, la solitaria silueta de un ciclista, ataviado por colores absurdos y chillones, como es la costumbre, y un oblongo casco azul con antiparras, quien sin frenar siquiera al ingresar en la Estación, incorpora el torso, alza los brazos y mantiene el equilibrio en los últimos metros del recorrido, mientras exclama:

-¡Sí, señores!!! ¡Treinta y cuatro kilómetros después, he creado la Bicisenda Ferroviaria!!!

Se desliza a su lado como una díscola irrupción “sorianesca”, y desaparece en la primer curva, sin que ellos consigan llamarle la atención y preguntarle siquiera cuál es su nombre.

Ambos se ayudan mutuamente para incorporarse, sucios y maltrechos, y avanzan a los tropezones y en silencio, apoyados uno contra el otro, rodeándose los hombros en un fraternal abrazo, resoplando agitados, hasta salir de la Estación, como un par de ignorados espectros, sin cruzarse con nadie. Al llegar a la calle de tierra, divisan en la vereda de enfrente un boliche de campo. Y hacia allí van, aún con ciertas frases colgándoles del overol, a la espera de tomar algo que los reconforte.

Acodados en la barra, por detrás de la reja que los separa del dependiente a la manera de una pulpería, ambos piden una ginebra “dalmasettiana”. Como el hombre no tiene idea de qué le están hablando, se conforman con un breve vaso de caña. Y una vez servidos, mientras recuperan el aliento y observan el paisaje que los rodea con ojos curiosos, dignos de lingüísticos exploradores, se miran el uno al otro, con un extraño brillo de complicidad, como si se adivinasen el pensamiento.

-Che -, alcanzan a decirse, al mismo tiempo-: ¿Y si proponemos un “InvenTren” en zorra?



*De Alberto Di Matteo. licaldima@yahoo.com.ar




***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

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PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO. 
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.

***

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JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.




InventivaSocial
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martes, marzo 24, 2015

LAS PUNTAS HIRIENTES DEL SILENCIO...


*Obra de Claudio Uzal. ©
Gijón.









NACER ENTRE LAGARTOS*



Oscuro hombre de mis lápidas. Amado. Tan deseado.
Siéntate. No mires desde el pedestal de arena.

Respira las palabras de este eco terrible. Pavoroso.
Tengo una necesidad. Un apremio. Una urgencia.
Soy una bestia aterida, frígida, yerta. Pequeña.
Solo huecos en mi casa bienamada.
Oquedades que han sido mi resguardo.
Las termitas caminan por mi cuerpo. Suben. Bajan.
Una niña de retama y mirra, arde desde el fondo del olvido.
Ay, pobre niña de madera. Que sea rápido. Rápido.

¿Qué circulo de fiebre cayó sobre mi frente?
Leguas oscuras azotan mis labios agrietados
Mis pesadillas, desguarnecidos médanos. Mi memoria.
Mi único refugio. Mi guarida. Debo ingresar en ella.
Es curiosa la historia de los duelos.
El primero llegó con urgencia atenuada.
No recuerdo su rostro, tampoco el mío.
Solo recuerdo una mirada malva letra.
Yo, descalza y a él le apretaban los zapatos.
-A ella también le apretaba la garganta cuando no venía-
Madre. Madre. Si él no encontró su patria.
¿Cómo encontrar su sed de padre?

(¿Recuerdas? Te decía, mujer mía.)
¿A quien se le ocurre nacer entre lagartos?
Ahora sé, el sabor de lágrimas es igual a la leche.
No hay duda, en el espejo, no caben tres, solo dos.


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar








LAS PUNTAS HIRIENTES DEL SILENCIO…









En un bosque sin juegos *


Hace 39 años, como Caperucita les pareció demasiado Roja los militares la secuestraron.
Con ellos, todos los juegos, y todas las preguntas, estaban prohibidas. Odiaban  las  formas de la inteligencia y  de la creación. Por eso imposibles  en esta historia, el humor y el erotismo que suscita el lobo animal. Eran más feroces que todos los lobos. Caperucita no apareció nunca más. También se robaron la comida solidaria de su canasta y el niño o niña, que cobijaba amorosa debajo del delantal.

Nosotros la recordamos en el aire con olor a flores de la libertad.


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com











LA VIDA COTIDIANA DEL BROTE DE UN TALLO*


A Jacqueline Santana y Bryan Reyes (presos)
A Gustavo Salgado (asesinado)
A Betsy Ramírez y Julián Luna (desaparecidos forzados)



Somos del aguanieve.

Como tiempo sudoroso,
viento añejo
que se anuda en las plantas,
heno seco triturado en la boca.

Somos laderas crepitando
en el vestido blanco del volcán.

Aquella nube melenuda
deshilvanada en estambres.

Entonces te miro
y tus arbustos echan raíces
sobre la arteria de la luna.

Te miro:
con tus ojos en su lugar,
tu boca es la misma de siempre
y me devuelves un murmullo
que construye lluvias en el campo.

Pero somos del aguanieve,
cristales de este tiempo,
disueltos en torbellinos
de leyes de propiedad privada,
exploración petrolera.

La alegría tostada nos enseña
a ponerle nombre
a los cantos del amaranto,
caminar sobre el polvo estéril
de instituciones y leyes
que administran la pobreza,
nuestras muertes.

Soy, de múltiples modos,
un lunar sobre la piel de tu espalda:
aguanieve en el lodo de la costra de los murmullos
que en la cabeza vuelan desde aquellos días
en que tengo la impresión de haberte encontrado.

No se dirá que nos quedamos callados:
la obscenidad de nuestras palabras habla,
desafía un gobierno que nos desprecia
y habremos de marchar a nacer
como el hervor de los juegos cubiertos de nube,
sobre las hojas de maguey.


*De hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com




***

Nota del editor: En México se ha instaurado un gobierno autoritario, preocupado más por imponer intereses empresariales a la población, que por buscar el desarrollo de los mexicanos. Existe una situación muy complicada para todos quienes se oponen a este avance autoritario: la desaparición forzada se está convirtiendo en una práctica común, al igual que el encarcelamiento de disidentes políticos. Tan sólo como ejemplos de los más recientes, el gobierno mantiene en prisión a Jacqueline Santana y Bryan Reyes, quienes son presos políticos (http://www.sinembargo.mx/17-03-2015/1283078), en febrero asesinaron al dirigente social Gustavo Salgado (ttp://www.jornada.unam.mx/ultimas/2015/02/04/hallan-muerto-a-dirigente-social-en-morelos-3407.hhtml) y desde hace dos semanas no aparecen Betsy Ramírez y Julián Luna (http://www.noticiasmvs.com/#!/noticias/denuncian-ante-pgjdf-y-cdhdf-desaparicion-de-activistas-julian-luna-y-betsy-ramirez-832.html).











Patriotas *




*Por Victoria Mora.  
mvictoriamora@yahoo.com.ar




29 de Agosto 1963- Dieciséis días después del robo acometido en el Museo Histórico Nacional, se ha recuperado el día de ayer el glorioso sable corvo del General José de San Martín, reliquia que había sido hurtada por un grupo de facciosos de la Juventud Peronista



─ ¿Que hacés Pedro? Si soy yo Hernández…no, escucháme…el traidor hijo de puta de Cardozo pactó la devolución… si se cagó, por lo de Méndez y Julio…ya sé pienso lo mismo, no pudimos hacer nada, dice que no quiere que sigan persiguiendo a los pibes…todo al pedo…nos cagaron, viejo.

El sable había sido sustraído el pasado 12 de Agosto por una banda de asaltantes pertenecientes a la Juventud peronista que redujeron al ordenanza y entraron de forma violenta. Dicha agrupación se adjudicó el hecho inmediatamente por medio de una proclama de corte revolucionario-extremista-peronista, hecho poderosamente repudiado por todo el pueblo patriota argentino sin excepción.

Eran las siete menos diez de la tarde, el museo cerraba a las siete, cinco compañeros de la JP, esperaban sentados dentro del auto que luego les permitiría el escape. Estaban en la puerta del Museo Histórico Nacional. La fecha no era cualquiera, se eligió el mismo día en que se había logrado la Reconquista de Buenos Aires de manos de los ingleses. El Negro, encargado solo de manejar, fumaba sin parar, más nervioso que los cuatro que iban a entrar. Vieron salir a los últimos visitantes, bajaron y corrieron hasta la puerta, se acercaron al ordenanza que estaba a punto de cerrar: Vea Don, mis primos vienen de Tucumán, nos pasamos la tarde recorriendo y ya ve, se nos ha hecho tarde ¿nos permitiría entrar? Le prometemos no demorar demasiado. Entre la labia de Hernández y las caras de buenos que ponían los otros tres (especialmente Mendez) lo convencieron. No bien el viejo cerró la puerta del museo, Pedro le tomó ambos brazos por detrás y se los ató en diez segundos.  El hombre pedía por favor que no le hicieran nada, “Tranquilícese, nadie va a lastimarlo, quédese tranquilo, el pueblo peronista sigue vivo, cuéntele eso a los diarios mañana”. Hernández corrió a la vitrina, como habían planeado durante meses, y levantó el brazo que tenía el martillo con toda su fuerza, Julio le pegó el grito “¡Boludo! De arriba no, vas a hacer mierda el sable con los vidrios, de costado, acordate lo que te dije, ¡de costado!” Hernández, obediente, sin emitir palabra reventó la vitrina por el costado. Millones de gotas filosas volaron por todo el salón sembrando el piso. Con todo el cuidado los envolvió en un poncho, al sable y su vaina, no sin antes detenerse tres segundos ante su belleza y la emoción que le provocaba, ¡el sable de San Martín carajo! Pensó y contuvo las lágrimas. Mientras, Julio y Mendez tiraban por todo el museo el comunicado: El pueblo no debe albergar ninguna preocupación: el corvo de San Martín será cuidado como si fuera el corazón de nuestras madres; Dios quiera que pronto podamos reintegrarlo a su merecido descanso. Dios quiera iluminar a los gobernantes. Una vez que se cumplan las siguientes condiciones será de vuelto: anulación de los infamantes contratos petroleros, ruptura con el FMI, nulidad de los convenios leoninos con SEGBA y el levantamiento de la proscripción que pesa sobre la mayor parte del pueblo argentina: retorno de Perón al país ya.


Luego de ser sustraído por los delincuentes el sable habría estado en posesión del facineroso Jaime Cardozo quien tendría como misión entregárselo a Perón en el exilio madrileño.

─ Metéle boludo rajá ─ Méndez gritaba como si le fuera la vida en eso, aunque nadie los siguiera.

─ Calmáte loco, está todo bien─ lo tranquilizó Pedro.

Después silencio. Unas quince cuadras más tarde se bajaron Méndez y Pedro, Hernández y Julio eran, según el plan, los responsables de la entrega del sable a Cardozo, quien ejecutaría la parte final del plan: entregarle el sable a su conductor, así la trinidad estaría completa: San Martín, Rosas y finalmente El General.

Pararon en la esquina de Carlos Pellegrini y Santa Fe, de Cardozo ni noticias. Hernández empezaba a impacientarse: que mierda hacemos si no viene, nunca pensamos en otra opción, nunca se habló de…Acabala de una vez, lo interrumpió Julio y ahí nomás bajó del auto y del teléfono de la esquina que estaba al otro lado de la calle, lo llamó a Jaime, que atendió y cuando le escuchó la voz lo primero que hizo fue preguntar por la hora en que habían quedado, malentendidos los dos, pactaron otra esquina porteña.

Hicieron el traspaso, vieron irse el auto de Cardozo. Entonces Julio y Hernández celebraron aliviados con un sonoro abrazo de palmadas en las espaldas. Lo hicimos viejo, recuperamos el sable ¡viva Perón! Y se fueron al bar a celebrarlo. Su parte del plan había sido un éxito: la reliquia en manos de la JP y ni un herido…al menos hasta esa noche.

El honorable sable del prócer nacional habría permanecido en una estancia cercana a Mar del Plata, mientras su indigno poseedor aguardaba instrucciones.

Jaime cerró la puerta de su departamento, bajó dos pisos por escalera aferrado al bolso que llevaba en la mano derecha. Salió a una noche fría, más de lo que hubiese querido, subió al auto y puso el bolso en el asiento delantero como si fuera un compañero de ruta.  Cuando encaró la ruta 2 no pudo evitar sonreír, a los dos segundos se reía a carcajadas. El día anterior había dejado el auto con el mismo bolso en el baúl en la puerta de su compañía de seguros, saludó al policía que custodiaba la cuadra: “Cuídemelo jefe, miré que en el baúl tengo el sable de San Martín”, “Tiene cada idea usted…vaya tranquilo se lo miro como todos los días”. Siempre hacía tan bien su papel que nadie podía sospechar de su vida política. Por eso lo habían elegido. Ahora, camino a la estancia que había sido de su viejo, las carcajadas se le mezclaron con la bronca: el padre había muerto de un infarto unas semanas más tarde del bombardeo a la plaza, la oligarquía hija de puta le había robado al padre y a un líder político, él era pendejo pero no se olvida, estaba seguro que el viejo no había soportado tanta bronca. Prendió un cigarrillo y miró una vez más el bolso: sí, definitivamente él estaría orgulloso de su hijo.

Gracias a la diligente intervención de la Comisaría 14, con quien cooperó el personal de Robos y Hurtos así como la Dirección de Coordinación Federal, los malhechores pudieron ser identificados, y el sable finalmente recuperado.

La casa de brujas se desató cinco días después del robo

─ Cantá hijo de puta ¿Dónde tienen el sable? Confesá y se termina todo de una vez.

La electricidad recorriéndole el cuerpo no fue suficiente para quebrarlo. Julio siempre supuso que iba a aguantar llegado el momento. Sin embargo, entendió después de esa tarde, a quien no tuviera la misma voluntad. Él no dijo una palabra. Lo dejaron desnudo en una celda mínima. Con la cara hinchada casi sin poder abrir los ojos, trató de resistir al frío que le calaba los huesos. Se hizo un bollo en un rincón. Pasado un tiempo, que le fue imposible calcular, le tiraron una frazada, se cubrió, intentó dormir.

A Méndez le tocó peor. Su pasado en la policía bonaerense le significó un trato especial, sus ex compañeros se encargaron de hacerle saber lo que creían de su resistencia peronista. No pudo soportar cuando después de horas de tortura, además le dieron la dirección exacta de la escuela de su hija de catorce años y la hora en la que al día siguiente tenía que entrar. Eso fue lo último que pudo soportar antes de dar las coordenadas de la estancia donde se guardaba el sable.

El pueblo argentino estará eternamente agradecido a los grandes patriotas de uniforme que ponen orden e imparten la ley, a ellos nuestro respeto y agradecimiento más profundo. El sable ha recuperado el lugar que se merece: en el museo bajo custodia policial.









La Biblioteca de Cristina*



Están ahí, quietos, inmóviles, curiosos.
Desde la biblioteca me miran.
El soldado vestido con armadura gris oscuro tiene un escudo del lado izquierdo.
Títeres de la India con sus vestidos púrpura están sentados en el armario, sobre un mármol rosa, con sus miradas fijas, perdidas, me cuentan y cuentan.
En la pared también hay títeres vestidos con colores llamativos, cada uno de ellos me miran, los miro. Pupis italianos. Mágicos.
Me gusta observarlos. Cada uno me regala algo diferente.
La princesa tiene miedo; miedo que alguien la tire al fuego junto con el soldadito de plomo.
El de la armadura está triste, porque perdió su caballo en una pelea espantosa el día de San Valentín. Justo ese día se encontraría con su novia, no pudo. El otro, el que tiene la armadura más completa, ese es el que defendió al papá de Pinocho de los ladrones, mientras buscaba a su hijo de madera.
Me encanta mirar a estos bellos y un poco destartalados títeres. Me hacen recordar historias que alguien alguna vez me contó o leí.
Los títeres tienen misterios guardados muy dentro, tanto que sólo pueden hablar si alguien se acerca, los mueve, y les hace decir.
A mí me gustan así, aunque no hablen con voz ajena. Me dicen desde el silencio de su movilidad articulada.
Creo que es el ángel que está en el primer estante de la biblioteca el que les da vida. Una vida a veces angelada, y otras muy pero muy tristes.
Me voy, se quedan ahí, en la biblioteca, ellos leen sin que los pueda ver, pero sé con certeza que leen.


*De Mirta Tortorelli. mirtatortorelli@pmvalue.com.ar










Invisibilidad*




Hay esperas que no tienen respuestas.
Y llantos que son a destiempo.
No consuelan. No limpian.
Se dio vuelta el horizonte.
Y no me vio.
Quedé detrás.
En la íntima zona de la luna.
Limando las puntas hirientes
del silencio.
Mi hambre a veces
arranca gajos a la noche.
De ellos me alimento.
De la harina de sus huecos,
la que vuelve invisible.

Por eso debe ser...

Nadie me vio.

Ni me ve.


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar








***
INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/


Destiempos*


(De la Estación Indacochea – Ferrocarril Midland)


*Por Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com


Hace tiempo que perdí la cuenta de las veces que alguien me acusó de soberbia, sin más motivo que unas palabras leídas o escuchadas en alguna parte. Las más de las veces -no deja de ser curioso- fue por tratar de desenmascarar a cerdos con piel de cordero (en contra del dicho popular, no son los lobos quienes se disfrazan de cordero, sino los cerdos. Miles de mujeres de todos los lugares del mundo podrán corroborar esta afirmación). Nunca me defendí de esas acusaciones: probablemente no sean del todo infundadas. No obstante, siempre me he preguntado si esta soberbia que me achacan -y de la que soy culpable- es realmente un defecto más terrible que la falsa modestia de quienes lanzan dichas acusaciones. Cuestión de poca importancia es ésta, tienen ustedes razón. Si lo mencioné es porque de algún modo está relacionado con lo que vine a hacer a esta parte del mundo.
He viajado algo. No demasiado, pero lo suficiente para comprender que un viaje es algo que sucede dentro de uno, no fuera. Por eso, ahora, cuando me dispongo a bajar del tren que me ha traído hasta aquí, sé que el tren, el pueblo, los páramos atravesados, la tierra amarillenta, los viajeros sonrientes y los viajeros huraños, son algo que está dentro de mí, que forma parte de mí. Por eso, a pesar de todo, no tengo miedo.
¿Por qué habría de tener miedo? se preguntará quien hasta aquí haya llegado. Pronto iremos con eso. Pero antes deberé explicar los sucesos que se encadenaron para traerme hasta Indacochea. Y ahí es donde entra la soberbia.

Sucedió que un desconocido me envió un mail. Se confesaba argentino y detallaba la ubicación exacta del lugar donde habitaba, así como algunas particularidades del mismo. Tras estas formalidades, a las que presté poca o ninguna atención, de forma amable pero inequívoca me acusaba de haberle plagiado. Según su parecer, mi relato "La transición del hielo" se asemejaba sospechosamente a uno que él había escrito años atrás y cuyo título era "Labio mudo". Añadía una serie de datos complementarios, tales como fecha de publicación, editor, etc. Y como colofón adjuntaba ambos relatos, el suyo y el mío, en archivos de texto separados.
De entrada me indigné porque la acusación era falsa. Después pensé que no merecía la pena hacerse mala sangre y borré el mensaje sin la menor intención de responder a él. No obstante, tras una ducha, un buen paseo y el posterior descanso a la sombra contemplando los patos, me pareció que al menos debería leer su relato para saber en qué se basaba la ridícula infamia.
Y así lo hice nada más regresar. Recuperé el mensaje (por suerte siempre me demoro un tiempo en vaciar la papelera de reciclaje), descargué los adjuntos y leí. Ciertamente, existían un par de similitudes superficiales, pero nada más. Me pareció tan absurdo como si el tipo hubiese argumentado que la acción de ambas historias transcurría en una misma ciudad no inventada. Justamente así -con cierto grado de ironía- se lo hice saber en mi respuesta (que, después de todo, no podía dejar de producirse) añadiendo que ni lo conocía a él ni conocía su obra, por lo que sus acusaciones no sólo carecían de fundamento, sino que eran completamente descabelladas. También le rogaba que antes de calumniar a otra persona, en especial si esa persona era yo, leyese con atención y cautela para, de ese modo, no caer en el error de confundir una cosa con otra. Creí que mi mensaje era lo bastante severo para que el asunto quedase zanjado ahí.

Me equivoqué. Unos días más tarde, llegó su respuesta. En esta ocasión se trataba de otro relato: "Los días del perro", que según su versión yo habría convertido en mi "Ópera con lluvia". El tono del mensaje era seco y pretendía ser hiriente. Al principio me hizo gracia, la verdad. Pero en cuanto empecé a leer, me invadió una sensación de desasosiego que en algunos momentos se teñía de incredulidad. En efecto, ambos relatos se parecían. No se trataba ya de dos o tres detalles nimios como en el caso anterior. El lenguaje y el estilo eran diferentes, los lugares no eran los mismos, los nombres de los protagonistas eran distintos, pero lo que se contaba en uno y otro difería muy poco. Yo estaba seguro de no haber leído jamás aquel cuento. ¿O tal vez lo leyese mucho tiempo atrás y lo olvidase luego, como confiesa Borges en relación a un cuento de Papini? Eso me hizo pensar en la fecha, que me apresuré a comprobar.

Mi confusión no disminuyó al averiguar que en este caso su cuento era más reciente que el mío. Lógicamente (¿lógicamente?) sospeché que era él quien me estaba plagiando a mí. Pero entonces -era inevitable preguntárselo- ¿por qué me acusaba? Pospuse esta duda para más adelante y contesté al mensaje en un tono todavía más arrogante que el empleado por mi interlocutor. Le hice notar el detalle de las fechas y le acusé de ser él quien plagiaba. También manifesté mi estupor ante sus injustificables acusaciones y hasta insinué la posibilidad de presentar una denuncia contra él.

Su posterior respuesta (que apenas tardó un par de días) rebosaba incredulidad. Jamás -afirmaba- se le había pasado por la cabeza la idea de plagiar a nadie. Y menos -añadía- a alguien a quien estaba seguro de no haber leído nunca antes. Obviamente, había algún error en las fechas -el obviamente quedaba atenuado por el tono inseguro de algunas otras afirmaciones- pero lo que era seguro -insistía- era que si había un plagiador -no dejé de notar ese condicional que significaba una nueva vía de comunicación, ajena tal vez a la disputa que cabía prever teniendo en cuenta el curso que estaba tomando todo el asunto- no era él.

Porque la historia empezaba a cansarme, mi respuesta fue escueta. "Lo que vale para usted -escribí- vale para mí. Yo no plagio. Tal vez sí me haya leído antes y no lo recuerde" -brevemente introduje la anécdota de Borges y Papini- "En cualquier caso, le rogaría que retirase ese cuento que tanto se parece a mi "Ópera con lluvia" de la web donde se publicó. Atentamente."
Pasó una semana y creí que todo se normalizaba. Además, otros asuntos más agradables habían ocupado mis horas en esos días y tenía el tema bastante olvidado. Hasta que llegó el siguiente correo. En él se hacía referencia a otros seis cuentos (tres suyos y tres míos). Su "Endiablado fagot" era calcado a mi "Musa abandonada", salvo por el estilo, naturalmente. En los otros dos casos, los cuentos eran aparentemente distintos, pero poniendo atención a sus símbolos y al significado oculto, no quedaban dudas: Unos eran clones de los otros. Pensé que el tipo trataba de tomarme el pelo; pensé que lo hacía simplemente por aburrimiento; luego pensé que estaba loco y que mejor sería olvidarse de todo ese embrollo. Tomé un analgésico y me puse a navegar por Internet, tratando de borrar acaso la desagradable sensación que me había dejado la lectura de aquellos cuentos.
Después de un rato leyendo noticias increíblemente parecidas a las noticias del día anterior y del mes anterior (crisis económica, corrupción, tornados, USA planeando bombardear algún país, mucho deporte –eficaz antídoto contra el nocivo vicio de pensar– y más corrupción), sin darme cuenta puse el nombre del tipo en el buscador y comencé a adentrarme en su mundo. Comprobé que muchos de sus relatos habían sido publicados en revistas electrónicas o en páginas de contenido literario. Leí uno al azar, por puro aburrimiento (o eso me hice creer entonces). Ya sin sorpresa, fui redescubriendo mis propios relatos en los de aquel desconocido. Leí durante horas. Creo que ya sólo me movía la curiosidad de saber si ese reflejo era infinito, el anhelo de hallar un relato que rompiese ese patrón. No sucedió. Pensé (quise pensar) que alguien dijo –o escribió-  en una ocasión que todo ya había sido escrito y ahora sólo reescribíamos; que tal vez, después de todo, la originalidad no existe. Pero todo fue en vano. Se apoderó de mí una intensa tristeza, y melancólicamente me dije que también eso era un reflejo.

Rescaté entonces el mensaje original del desconocido y lo leí con atención. En él narra que vive en un lugar llamado Indacochea, en la provincia de Buenos Aires. Lo llama lugar, -aclara- porque "tal vez pueblo sea un término exagerado para definir esos escasos edificios bajos y esa estación abandonada". Dice que habita una casa de dos plantas que no comparte con nadie. Que las pocas personas que hay por allí se dedican a pescar. Pero él no pesca ni hace nada. Salvo escribir. A veces. O sentarse a la orilla del Río Salado y pensar. O simplemente contemplar las aguas y las riberas mientras transcurre el tiempo que se lo va llevando, igual que la corriente se lleva las ramitas que en él flotan río abajo. De su explicación se desprende la idea de que habita un desierto que es más grande que el nombre que lo define.
Yo vivo en una gran ciudad que se asemeja pavorosamente a un desierto. Escribo o me siento a la orilla del río Ebro a contemplar las aguas y los patos. Mientras el tiempo fluye. Al leer me doy cuenta: No somos dos personas diferentes, sino una misma persona viviendo dos vidas paralelas en lugares distintos. ¡Cómo no íbamos a escribir lo mismo, aunque de otro modo!
Mandé un mail expresando estas ideas un tanto confusas. Fui tajante. Había que solucionar esto de un modo u otro. "Sería conveniente (eufemismo que muy bien podría cambiarse por imprescindible) -aclaré- que nos viésemos. Allá o acá. Donde sea". El habló de la completa imposibilidad de emprender un viaje. Imposible para él conseguir la plata necesaria para el pasaje de avión. Demasiados kilómetros…
Mi dificultad no era menor; la única diferencia era mi resolución para zanjar el asunto definitivamente. Conté el poco dinero que tenía; vendí las dos o tres cosas de valor que me restaban; pedí prestado. Con todo, pude juntar la plata necesaria. Sabía que nunca podría devolver los favores ni el dinero, pero ¿qué importancia podía tener todo eso? Si alguna vez regresaba…
Escribir no es gratis -pensé mientras hacía el escueto equipaje-. Entraña un riesgo. Uno puede encontrarse de repente o perderse para siempre entre esas encrucijadas. Los pensamientos son trenes que se niegan a seguir el itinerario de las vías. ¿Puede haber algo más peligroso en estos tiempos?
Y ahora estoy acá. En Indacochea. La estación quedó atrás. Una vereda de tierra me conduce hacia donde debo ir. Es como si mi voluntad, ahora, no contase. Mientras camino no puedo evadirme al sentimiento de familiaridad que me despierta  todo esto. Los árboles son como los árboles bajo los que alguna vez he paseado; el rumor del río resuena igual que el río que pervive en mi memoria y que acaso es la suma o la yuxtaposición de todos los ríos que en mi vida atravesé o bordeé; los pájaros entonan las mismas melodías que en otro tiempo escuché...
-El lector atento no habrá pasado por alto un detalle: Lo que estoy contando, según las evidencias, sucede hacia los años finales de la primera década del siglo XXI o los iniciales de la segunda. Pero el último tren a Indacochea vino en 1977. Dejaré que sea ese mismo lector quien aclare este modesto entuerto, porque el tiempo ya no me da para más: Estoy llegando ante la casa a la que me dirijo.-
Me detengo a unos metros. Respiro profundamente mientras contemplo la fachada. Una inmensa quietud me rodea. Dejo la maleta en el suelo, junto al umbral, y golpeo la puerta.
Lentamente, como las campanas de las iglesias en el toque de difuntos, los golpes resuenan en la hoja de madera vieja.
Lentamente, con esa lentitud que sólo es posible en el Sur, la puerta se abre.



-Sergio Borao Llop, publicó “El alba sin espejos” por el sello eBooks Literatúrame!





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Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

 INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.
PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO. 
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.

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ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
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GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
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ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.




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